Antes de abordar nosotros mismos el examen del litigio, debemos señalar a la atencion de los futuros defensores de la causa argentina un incidente sobrevenido en 1854 entre los gobiernos de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña, a consecuencia de la captura efectuada por las autoridades de las islas Falkland de dos barcos pesqueros americans. Sin duda los hechos han debido permanecer ignorados por los hombre de Estado y por los publicistas argentinos, aunque la publicacion oficial sea del año 1872, epoca en que la Republica estaba representada en Washington por un diplomatico distinguido y advertido, el doctor Manuel R. Garcia. Es imposible, en efecto, echar una mirada sobre uno solo de estos documentos sin que sorprendan la analogia de este caso con el de la Lexington y la luz que proyecta sobre el caracter y los moviles de la agresion americana. No podemos insertar aqui mas que el extracto de la publicacion, a la cual remitimos al lector.
Tanto antes como despues de la toma de posesion inglesa, los balleneros y sealers americanos, procedentes casi todos de Connecticut, habia seguido frecuentando las Falklands, se entregaban alli, entre sus pescas fructiferas, a la caza de los animales salvajes. La importancia del trafico calificado de ilicito, era lo suficientemente grande como para que los Estados Unidos mantuvieran en Stanley un agente comercial: lo era en aquel momento un cierto Smyley, pescador envejecido en esos parajes. El 26 de febrero de 1854, el navio ballenero Hudson piloteado por Cliff, y su tender o alijador Washington, piloteado por Elridge, ambos de Puerto Mystic, encontrandose anclados ante Nueva Island, isleta del grupo occidental, fueron abordados por el bergantin de guerra Express, de la marina inglesa, fondeado en Stanley. El capitan Boys, comandante del Express, subio a bordo del Hudson, seguido de un Sheriff que detuvo a los dos patrones, acusados de haber muerto algunos jabalies en estas islas. Ademas el capitan Boys exhibio una orden del gobernador Renie, prescribiendo la captura de los dos balleneros que debian ser conducidos a Stanley para el proceso. Asi se hizo, a pesar de todas las protestas. Secuestraron los papeles, un oficial fue destacado a bordo con algunos hombres armados, y los dos barcos pescadores, custodiados por el Express, se hicieron a la vela hacia Stanley donde arribaron el 3 de marzo, adelantandose un poco el Whasington a los otros dos. Ahora, el golpe teatral: la corbeta Germantown, de la marina de los Estados Unidos, estaba anclada alli desde la vispera.
Lynch, el comandante, cuenta en su relato que demasiado cansado para visitar al gobernador, dejo que el tender buscara su fondeadero; despues, bien adiestrado por el agente comercial Smyley que se hallaba a bordo, envio en el acto a un oficial, en una canoa, con la orden de restituir el barco a su propietario, de expulsar al teniente ingles y a sus hombres y de hacerlos prisioneros si resistian. Pero no resistieron. Hecho esto, el comandante Lynch, siempre acompañado de fiel Smyley, fue a cumplir sus deberes con el gobernador. Para no ser acusados de exageracion, transcribiremos algunos pasajes del increible relato que el commaner Lynch hizo a su superior:
"He ido a ver el gobernador e inmediatamente le pregunte por que motivos y por cual autoridad los navios habia sido capturados. El gobernador invoco los derechos de soberania de la Gran Bretaña, las depredaciones cometidas, la notificacion inglesa contra los depredadores, la cual habia sido aprobada por el gobierno de los Estados Unidos, segun resultaba de una advertencia del ministro de Estado Marcy a los armadores y pescadores americanos, que el gobernador exhibio... He leido eso y visto con profundo pesar que el coloreaba con un pretexto especioso la soberania inglesa; pero, sin admitirlo, sostuvo que eso mismo no hubiera justificado las medidas tomadas. El ganado cimarron proviene, ante todo, de animales traidos por los franceses, que fueron los primeros en establecerse, y ademas del que los balleneros americanos habian soltado en los islotes inhabitados para servir de aprovisionamiento a sus compatriotas y descendientes. Acerca del derecho de soberania, respondi que aguardaria vuestra instrucciones; pero que, por lo demas esta pretension estaba lejos de ser tenida por indiscutible; yo sabia, por nuesto Encargado de Negocios en Buenos Aires, que era muy seriamente rechazada, y aun negada en absoluto por el gobierno argentino, y tambien que, segun el tratado de 1790, Inglaterra se habia prohibido para siempre la toma de posesion de las Falklands".
Sigue esto una gran discusion entre el Gobernador y el Commander,la cual se apacigua instataneamente con una invitacion a cenar en casa del primero, que el segundo acepta sin dificultad. Esto no le impide, entre tanto, volver a subir a bordo para apuntar sus baterias sobre el pequeño Express, mientras uno de sus oficiales procede a expulsar por la fuerza al teniente ingles y a sus hombres que ocupaban el Hudson. Y vuelve, muy glorioso, a su proyectada proeza, que expone en estos terminos inauditos: "Por cierto, cuando no fui a ver al gobernador por ves primera, antes de conocer circular de nuestro ministro Marcy, del que jamas habia oido hablar", yo estaba decidido si el no desautorizaba sus actos y no daba satisfaccion- a capturarlo como pirata y sea enviarlo a vos, sea enviarlo a los Estados Unidos para que dispusieran de el".
Abreviemos. Concluida la algarada en Puerto Stanley, el incidente diplomatico comenzaba en Whasington y Londres. El gobierno de los Estados Unidos, antes de examinar los echos, sin una palabra de reprobacion para las faltas de sus subordinados, apoyaba absolutamente las quejas y reclamaciones de los balleneros. Hasta aprovechaba la ocacion para echarse atras en lo referente a su reconocimiento anterior de la soberania inglesa en las Falklands, que ahora ponia muy en duda; y, sobre todo, negaba el derecho de la Gran Bretaña a reglamentar la pesca en las aguas isleñas, desdeñando los derechos consuetudinarios adquiridos por los navios americanos. Por su lado, el gabinete ingles accedia, en principio, a una justa indemnizacion por los perjuicios causados a los armadores -los cuales, naturalmente, reclamaban una cifra fantastica- pero exigia una reparacion deslumbrante por los ultrajes cometidos por el oficial Lynch contra el pabellon y las autoridades de la Gran Bretaña. La nota de Lord Clarendon (21 de septiembre de 1854) expone la situacion orgullosa firmeza que llega sin esfuerzo a la elocuencia, cuando pinta lo extraño de las circunstancias que harian depender las relaciones entre dos grandes paises de los caprichos de un oficial subalterno:
"Requiero al Sr. Marcy que medite detenidamente sobre la lectura de las cartas del capitan Lynch, las que debe poseer el gobierno de los Estados Unidos, si un tal lenguaje y una tal actitud corresponder a los usos de naciones civilizadas... En cuanto a la soberania, puesta hoy en discusion por el Sr. Marcy, el gobierno de Su Majestad no la discutira con una potencia extranjera, sino que continuara ejerciendo en las islas Falkland las atribuciones soberanas que nacen del derecho de gentes, sea cual fuera la nacion a que pertenezcan, pescar ballenas o focas a tres millas maritimas de la costa o descender en cualquier punto de las Falklands para pescarlas. En fin, para prevenir todo error posible, el gobierno de Su Majestad declara que no permitira la destruccion de animales cimarrones en las islas Falkland, asi como ninguna otra depredacion por extranjeros, cualquiera que sea nacionalidad, y que se procedera contra toda persona que haya sometido tales expoliaciones de acuerdo con las disposiciones de las leyes coloniales...".
Los Estas Unidos vieron alzarse ante ellos el pasado glorioso de la madre de la patria: sintieron respeto por Inglaterra y no insistieron. La actitud energica de esta infundio veneracion a los jactanciosos, y la situacion creada por la nota de lord Clarendon quedaba adoptada. Pronto los mas graves acontecimientos politicos atraian hacia otra parte la atencion de los gobiernos. Sin embargo en 1866, tras un silencio de doce años y terminada la Guerra de Secesion, la peticion de un diputado de Connecticut al ministro de Estado nos advirtio que el asunto de la indemnizacion estaba todavia pendiente: la peticion fue agregada al legajo. En mayo de 1871, el tratado de Whasington, que comportaba el estudio de las diferentes reclamaciones englobadas bajo la rubrica de Alabama claims, motivo la remision al Senado de los documentos relativos al incidente de las Malvinas. Ordenandose su impresion en los Executive Documents del año 1872; y el silencio -a los menos oficial- se rehizo sobre el asunto: sea que la reparacion pecuniaria, concedida en principio, haya sido satisfecha mas tarde, sea que los litigantes hayan desaparecido sin dejar herederos. Esto solo tiene interes teorico para la Republica Argentina y tal vez -por carambola- para los Estados Unidos.
Para los argentinos, este interes es real; y convendra, oportunamente, retomar el estudio y analisis de los Executive Documents. No tengo para concluir, mas que señalar brevemente los rasgos mas significativos del caso angloamericano, que lo asemejan al nuestro. El lector ha sido sorprendido por la semejanza de ambos incidentes que, con veinte años de intervalo, han ocurrido en el mismo teatro y, a salvo el desenlance, en condiciones identicas, teniendo siempre a los americanos por protagonistas. En ambos casos hemos visto comenzar el conflicto por la represion legal -pero excesiva- de depredaciones cometidas por los balleneros de Connecticut; despues ba venido la interverncion brutal de un navio de guerra americano que abusa de su fuerza superior, efectiva o momentanea, para ultrajar a las autoridades constituidas, pisotear el derecho de gentes y las leyes del estado ocupante, cuyo titulos de soberania niega en provecho de aquel que momentaneamente no le incomoda. Estas son las pretensiones de Inglaterra en 1831, pretensiones que se hace valer para paliar los atentados cometidos contra las autoridades y los intereses de la Argentina; en 1854, seran las reclamaciones de esta las que han de oponerse a las medidas penales de aquella. Nada recuerda mejor la manera insolente de la Lexington, que el proceder violento de la Germantown; Lynch se parece a Duncan como un higo a una breva y solo se ha debido al primero el hecho de que el apresamiento del gobernador Renni no hiciese pareja con el engrillamiento de Brisbane y de los demas por el segundo. Hasta aqui las situaciones de los injuriados se reproducen extrañamente y estamos en buena compañia para soportar el ultraje.
Pero la semejanza de las situaciones se detiene en la actitud tan diversa de los Estados Unidos en uno y en otro caso. Mientras que, en 1854, los vemos enfrentados a la nacion maritima mas fuerte del mundo, formular sus exigencias de daños y perjuicios por los abusos de las autoridades inglesas y las perdidas materiales causadas a los pescadores americanos, y persistir en ello hasta obtener satisfaccion, advertimos en 1832 una conducta enteramente contraria con respecto al gobierno argentino que, por cierto, no les inspiraba en aquella epoca ni temor ni respeto. Despues de haberse presentado como exactor altivo, el enviado Baylies, puesto frente a la realidad, retrocede, balbucea y pide sus pasaportes. Entonces cambian los papeles y es la pequeña y debil Republica Argentina quien reclama obstinadamente una reparacion, sin que jamas los Estados Unidos piensen en volver a hablar de su antiguo y pretendido titulo.
¿Cual es la causa de una actitud tan diversa? No hay que inquirirla: salta a la vista. Hallase por entero en la conducta del comandante Duncan: en la enormidad de la injuria, en la iniquidad de estas represalias que replican al secuestro condicional de dos goletas con un atentado contra las autoridades locales, con el engrillamiento de varios ciudadanos argentinos, tan libres y sin duda tan dignos como los ciudadanos americanos detenidos, con el asolamiento de propiedades particulares, con la ruina, en fin, de una colonia floreciente, violencia que tuvo por corolario la otr agresion, mas grave aunque menos ultrajante, por la que la Republica Argentina pide igualemente satisfaccion y justicia.