Hemos puesto en duda la afirmacion categorica, generalmente aceptada, de que la agresion americana contra las Malvinas fue causa directa del retorno a escena de la Gran Bretaña, cuyas ambiciones, se dice, habrian despertado al ruido de la querella: Sin contar que las codicias territoriales de Inglaterra no tienen casi necesidad de ser despertadas, ya sabemos que el Encargado de Negocios Woodbine Parish habia protestado, en noviembre de 1829, contra el decreto argentino que reorganizaba el comando de las Malvinas. Basta decir que el gobierno ingles debio tomar sus medidas y comunicar sus intenciones al contralmirante Sir Thomas Baker, jefe de la division naval del Atlantico sur, sea que le fuese dejada toda facultad de elegir su hora, sea que tuviese que esperar nuevas instrucciones. Es probable, a pesar de todo, que el inicidente americano haya indicado que la hora de proceder habia llegado. A eso, sin duda, ha debido limitarse su influencia sobre los acontencimientos que van a seguir, cuya verdadera causa debe ser buscada en el estado de anarquia politica y social que destrozaba estas infelices comarcas y, despedazadas, las tornaba presa facil para las monarquias europeas. Lo que las ha preservado y lo que ha reducido la conquista a algunos trocitos de territorio es la competencia de los apetitos rivales que se contenian mutuamente, sin exceptuar a los Estados Unidos, de los cuales Mexico veia ya apuntar los largos dientes.
Las escuadras de guerra fondeadas en la America meridional, destacaban sin cesar navios de vigilancia del Amazonas al Plata. Cada puerto de la costa se honraba con alguna corbeta o bergantin extranjero que hacia salvas y se empavesaba en los grandes dias, y se interesaba por el pais hasta desembarcar una centena de hombres cuando la necesidad se hacia sentir. No se habia visto jamas semejante solicitud. Fitzroy y Darwin, en algunos meses de estada en el Brasil y en el Plata -precisamente en la epoca de que hablamos- han asistido a extrañas aventuras. Llegando a Rio, en abril de 1832, la primera sorpresa consistio en hallar la escuadra inglesa acoderada ante la ciudad y preparando un desembarco armado. Pronto dejaron de inquietarse por ello y se limitaron a comprobar filosoficamente one of those disturbances almost usual in South America. El 3 de agosto siguiente, el Beagle arribaba a Montevideo, justamente a tiempo para ser invitado por las autoridades del puerto a desembarca sus hombres, como lo habia hecho la goleta americana Enterprise, a efecto de proteger la ciudad contra un batallon de negros amotinados. Por las libertades que se veian llevadas a tomar personas habitualmente tan correctas como Fitzroy y sus oficiales, se puede imaginar el respeto que todas estas intervenciones y otros espectaculos no menos edificantes, debian inspirar por las leyes y reglamentos politicos del pais.
El 2 de agosto, el Beagle fondeaba en la rada de Buenos Aires, proveniente de Montevideo, donde reinaba la fiebre amarilla. El capitan Fitzroy pretendio forzar la cuarentena y desembarcar, despues de haber rehusado admitir la visita del buque de sanidad; detenido por el cañon del puerto, regreso inmediatamente a Montevideo, furioso, expressign considerable anger. Se encontraba de nuevo en el Plata, ocupado en abastecerse para su campaña del Pacifico, en el momento de la revolucion dicha de los Restauradores, cuando se vio esta vez a nuestra antigua enemiga la Lexington, desembarcar una compañia de marinos en armas. El Beagle estaba ocupado en otra parte: se habia ejercitado enarbolando durante algunos dias la bandera inglesa sobre la isla Gorriti, simplemente para ver el efecto; ante la actitud resuelta de la poblacion, amaino rapidamente, explicando su distraccion...
Tales se tornaban las actitudes, no ya de estos advenedizos mal desbastados de la America del Norte, sino de oficiales ingleses mundanos y cultos, que profesaban de ordinario el respeto al derecho de gentes y eran comensales de Darwin. El hecho no requiere otra explicacion que la del estado miserable en que en el pais habia caido. La provincia poco antes gloriosa que, siendo aun colonia española, habia arrojado dos veces a estos mismos ingleses y, apenas emancipada ella misma, extendido hasta el Pacifico sus primeros actos de independencia: hoy, desolada y decaida como la ciudad privada de las Lamentaciones, parecia descender al nivel, cada dia mas bajo, de los amos que soportaba.
Se ha dicho, y todo el mundo lo repite, que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. Esto no es mas que una triste y vana palabra, una paradoja peligrosa, como la mayor parte de estos dichos ingeniosos en que la forma prevelece sobre el fondo. Seria mas veridico decir que el pueblo que se ha rebelado bajo los buenos gobiernos, se prepara por eso mismo a inclinar la nuca bajo los malos. Los bonaerenses no merecian, por cierto, a Rosas -ni siquiera al Rosas ese, todavia embozalado, del tiempo que nos ocupado-; pero era necesario que fuesen castigados por haber desconocido a Rivadabia quien, con todos sus errores y quimeras, significaba la civilizacion que intenta detener a la barbarie. El castigo, sobre todo para los veteranos de la Independencia, que aun existian pero ya no mandaban, fue contemplar la patria abatida hasta tornarse un objeto de desprecio y acaso una presa ofrecida al extranjero. ¡He aqui la razon de los desembarcos autoritarios, como en tiempo de los Drake y de los Cavendish; de las expoliaciones apenas coloreadas de un pretexto, con un largo silencio, apenas interrumpido por dos o tres semi-explicaciones mas desdeñosas que el silencio mismo, por toda respuesta a las justas reclamaciones de los expoliados!
Hemos visto que el gobierno de Buenos Aires, por decreto del 10 de sieptiembre de 1832, habia nombrado al mayor don Juan Esteban Mestivier comandante interino de las Malvinas, "en ausencia de don Luis Vernet, impedido". La goleta de guerra Sarandi, que lo transportaba con un destacamento de ciencuenta soldados, "acompañados de sus familias", debia quedar anexada al servicio de las islas, y los hombres, establecerse en la parte del territorio que circunda a Puerto Soledad, reservada para si poer Estados. Hemos dicho, tambien, que Vernet no debia volver a ver su colonia arruinada, de la cual su agente Brisbane estaba ocupado en recoger los restos. De hecho los soldados que se enviaban alla era los desportados, criminales o vagabundos, condenados, segun el uso de entonces, al servicio de las armas, y su envio significaba un ensayo de colonia militar y penal, o sea un "presidio" en el doble sentido de la palabra.