Desde los primeros momentos, las previsiones del publico y hasta del gobierno fueron pesimistas. La guerra pareció inevitable puesto que, por una parte, Inglaterra exigía la reparación completa y, por otra, parecía poco admisible que España hubiera tomado tal iniciativa sin aceptar sus consecuencias. Tanto lord Weymouth en Londres como Mr. Harris en Madrid, comprobaron los actos cometidos, expresaba sentimientos que parecían sinceros y se esforzaba en atenuar la gravedad de estos actos. "El gobernador Bucareli había procedido sin ordenes y por una interpretación temeraria de las leyes de Indias. Su Majestad Católica experimentaba los mayores deseos de conservar la paz y haría lo que pudiese -salvo, naturalmente, lo que se le pedía- para demostrarlo, etc". La lentitud de las comunicaciones, favorecía entonces las prorrogas y pretextos. Cerca de dos meses habían transcurrido sin que el asunto adelantara un paso; exigía Inglaterra, ademas de la restitución de Puerto Egmont, la desautorización categórica de Bucareli; se obstinaba España -con muchas protestas amistosas- en compensar la restitución del establecimiento con el reconocimiento de Su Majestad Católica sobre el archipiélago y en no desautorizar a su gobernador Bucareli hasta que hubiera sido desaprobada a la actitud del capitán Hunt.
Entretanto se armaban de una y otra parte, pero -síntoma inquietante para España- sin que Francia se moviera. Estando Carlos III resuelto a no ceder, hizo llamar a Aranda, partidario declarado de la guerra, y le pidió un plan de defensa. Presento aquel al rey un proyecto donde abundaban las miras juiciosas, fundadas -naturalmente- en el concurso de Francia. El plan de Aranda esta fechado el 16 de diciembre. En ese momento se había perdido toda esperanza en un arreglo pacifico, a tal punto que el encargado de negocios. Harris, recibía del conde Rochford orden de pedir sus pasaportes. Harris, hizo, en efecto, la salida ficticia que hemos descrito. La nota de Rochford esta fechada el 24 de diciembre. Ahora bien, ese mismo día, exactamente, el rey de Francia ordenaba a su primer ministro, duque de Choiseul, que le mandara la renuncia de todos sus cargos y se retirase a su dominio de Chanteloup. Menos de un mes después firmaba España la Declaración en que aceptaba casi todas las condiciones que, hasta entonces, había rehusado.
La caída de Choiseul no fue, como generalmente se escribe, la señal brusca de una cambio de frente en la actitud de España. La hesitación que en ella hemos señalado al principio mismo de la crisis y que contrastaba con su resolución de algunos meses antes, no hacia mas que adaptarse a la curva descendente de la política francesa o, si se quiere, a la influencia decreciente de Choiseul. Este había sido siempre partidario resuelto de la alianza española. En una memoria dirigida a Luis XC, y que data de 1765, el "Rey Choiseul", entonces en la cumbre de su poder, aconsejaba a su soberano "unirse de mas en mas a España, su aliada natural". Estos sentimientos, o mas bien estas convicciones, los conservo siempre. Desgraciadamente su influencia declinaba a medida que se acentuaba el conflicto angloespañol, de ahí la fluctuación que hemos notado en la política del gabinete de Madrid, y que haciendo necesariamente coincidir el eclipse de Choiseul con el debilitamiento del Pacto de Familia, debía inducir a establecer una relación estrecha de causa a efecto entre retiro del ministro francés y la capitulación del gobierno español.