Pero es conceder demasiada importancia a lo que casi no la tiene. Poco importa en el fondo que Inglaterra haya acariciado o no, desde, entonces, el oculto pensamiento de reivindicar un día el territorio que simulaba devolver a sus legítimos dueños. No es en una concesión de Inglaterra en lo que fincan los derechos de España, según ha llegado a demostrarlo, a nuestro juicio, la historia de los descubrimientos y de las ocupaciones sucesivas del archipiélago. Agregaremos -para terminar este capitulo de las antiguas ocupaciones y relacionarlo con el primero, que trata de la ocupación actual -que la administración española de las islas Malvinas, inaugurada en Puerto Soledad el día de la cesión hecha por Bougainville, continuo desenvolviéndose sin obstáculo ni detenimiento durante los cuarenta últimos años del imperio colonial. Los gobernadores de las islas Malvinas eran generalmente oficiales de la flota, nombrados por el ministro de marina, pero que dependían administrativamente del virrey de Buenos Aires. Se puede seguir, en los documentos oficiales, la sucesión ininterrumpida de estos funcionarios: después de Ruiz Puente, a quien conocemos, viene, en 1773, el teniente de navío Ramon Caraza, a quien sucede en 1781 don Salvaor Medina, reemplazado a su vez, en 1785, por don Ramon Clairac, etc.,etc. Hacia esa época, para regularizar las comunicaciones entre el archipiélago y el continente, se englobo la comandancia de Puerto Deseado en el gobierno de las Malvinas y se decidió que cuatro bergantines del apostadero del Rio de la Plata harían regularmente el recorrido entre Montevideo, Puerto Deseado y las Malvinas. En 1803 los bergantines San Julian, Carmen, San antonio y Belen se alternaban en este servicio que comprendía ademas de la correspondencia, el transporte de las guarniciones y mercaderías destinadas a estos establecimientos. Dichas organización persistió hasta la caída del régimen colonial. Hemos citado una nota -fecha el 28 de diciembre de 1807- en la que el comandante Juan Crisostomo Martinez, que fue el ultimo gobernador colonial del Puerto Deseado y Malvinas, explicaba al Capital General del Rio de la Plata, don Santiago de Liniers, que se había aproximado a Buenos Aires a causa del anuncio de un ataque de los ingleses: se sabe que las tropas de Whitelocke, batidas por las de la "Defensa", habían debido capitular y reembarcarse en agosto y septiembre de ese año...
Las memorias del virrey de Buenos Aires, en las que siempre se consagra un capitulo a los establecimientos de la Patagonia y las Malvinas, permiten seguir su penosa existencia, frecuentemente amenazada durante este periodo de decadencia colonial que dobla por un régimen caduco. Los gobernantes de pelucas largas y vistas cortas que, después de una carrera sin gloria ni provecho, tenían aquí sus Inválidos, mostrabanse con frecuencia los principales enemigos de esas estaciones lejanas en que no veían utilidad marítima y menos todavía porvenir fructífero. Era necesario que la opinión sensata y la juiciosa pervision viniesen de Madrid para rectificar los errores groseros proyectados en Buenos Aires. El virrey Vertiz -cuya inteligencia y merito han sido, me lo temo, un poco exagerados- consultado sobre el problema de la costa patagonica y de las Malvinas, proponía al ministro Galvez un remedio "soberano" para las dificultades de esta colonización: abandonarlo todo. Rechazado en lo referente al remedio heroico, insistía por los menos sobre este paliativo: ¡trasportar el establecimiento de Puerto Soledad a Puerto Egmont!. A pesar de esta hostilidades y absurdos, las Malvinas no se rindieron. La cadena, rota un instante por la violencia sacudida de la Independencia, se reanudo casi en seguida después de la instalación del nuevo régimen: e Inglaterra, lo hemos viso, tuvo que recurrir a la fuerza, después de sesenta años de tranquilo abandono, para arrancar momentáneamente a la Argentina recién emancipada el trozo de imperio colonial que España, a pesar de hallarse envejecida y agotada, había sabido retener.