7 ene 2017

¿Otra mirada sobre Malvinas?

El siguiente artículo escrito por Francisco José Pestanha (*) nos invita a la reflexión sobre Malvinas con una mirada diferente a la que nos ofrecen habitualmente los medios masivos de comunicación.
Pestanha aborda el tema desde lo "nacional" citando a autores como Arturo Jauretche o Scalabrini Ortiz. El rol que juegan los medios en todo lo referente a Malvinas y el proceso de "desmalvinización" que busca el olvido de la guerra y sus traumas y que oculta dos siglos de relaciones entre la Argentina y Gran Bretaña.
Tener en cuenta que el texto fue escrito en 2007.

¿OTRA MIRADA SOBRE MALVINAS?
(Por Francisco Pestanha)

“La invasión de las Malvinas por parte de los ingleses es útil para la civilización y el progreso".(1)
( Domingo Faustino Sarmiento ) 

Introducción

La historia es esencialmente una progresión de sucesos y procesos públicos que acontecen en los pueblos. Desde este punto de vista, el devenir histórico es esencialmente un fenómeno social que da cuenta del pretérito acontecer de una comunidad determinada que, dada su naturaleza experiencial, mientras cobra significación en el presente, contribuye a cimentar el futuro. En el transcurrir histórico suelen entremezclarse acontecimientos plácidos y constructivos con otros traumáticos y disgregantes. En tal sentido, Gustavo Francisco José Cirigliano nos advierte que: “Toda la historia es nuestra historia. Todo el pasado es nuestro pasado, aunque a veces preferimos quedarnos con sólo una parte de ese pasado, seleccionando ingenua o engañosamente una época, una línea, unos personajes, y queriendo eludir tiempos, ignorar hechos y omitir actuaciones”.(2)

Historiadores profesionales o simples aficionados suelen abordar desde el presente los acontecimientos que componen el universo de lo acaecido, y expresarlos luego, mediante el recurso expositivo o narrativo. El resultado de tal actividad nos es transmitido luego a partir de la escritura o de la tradición oral. Dicha transmisión, entre otras funciones, permite a una comunidad determinada rememorar el pasado común que forma parte de su identidad colectiva, y además, contribuye a procesar y elaborar la experiencia combinada en función de la propulsión hacia el futuro.

La recuperación transitoria de nuestras Islas Malvinas, el 2 de abril de 1982, y el posterior enfrentamiento bélico con el Reino Unido de Gran Bretaña, no resultan a nuestro entender un episodio menor de la historia reciente. Muy por el contrario, como se ha dicho con certeza, la cuestión Malvinas da cuenta de gran parte de “lo acontecido en el resto del país en todos los aspectos: histórico, geopolítico, económico y militar durante el siglo pasado (3) ”, y por tanto, su abordaje histórico debe aspirar a contener la mayor cantidad de variables posibles de análisis.

Cuatro son los tópicos que colocan tal suceso en un sitio preponderante de nuestro acontecer histórico cercano. El primero: la batalla de 1982 constituye el único episodio bélico protagonizado por el país durante la centuria concluida. El segundo: el antagonista, es decir, Gran Bretaña, más allá de usurpador de una porción de un territorio que nos pertenece por derecho, ha cobrado especial protagonismo en nuestra vida institucional, política y económica durante el siglo pasado (4), algunas veces apelando a la intervención directa, y otras, a partir de una estrategia de bajo perfil (5), tal como lo demostraron en su época -entre otras luminarias- los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Torres y Ramón Doll. El tercero: la guerra aconteció en el marco de una cruenta tiranía. El cuarto: la recuperación de nuestras islas despertó en su tiempo un nítido sentimiento de repudio hacia el colonialismo, no sólo en esta geografía, sino en gran parte de Iberoamérica.

En virtud de lo expuesto precedentemente y de las particulares circunstancias que han compuesto la relación argentino-británica durante los últimos dos siglos, nos proponemos en esta obra abordar ciertos aspectos vinculados a los presupuestos sobre los que se asentó el discurso dominante en lo que va del presente año, en el que se conmemora el 25º aniversario del desembarco argentino; analizar el tratamiento que los medios de comunicación locales han impreso a la cuestión, haciendo hincapié especialmente en el dispositivo que se ha dado en llamar desmalvinización, y por ultimo, esbozar respecto a dichas cuestiones algunas reflexiones.

Acompañan esta obra el compacto de un interesante trabajo realizado por Elizabeth Hudepohl, alumna de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires e hija de un compatriota caído en el Buque Isla de los Estados, tres textos de autoría del periodista y patriota Enrique Oliva, quien bajo el seudónimo de François Lepot cubrió para el periódico Clarín los acontecimientos bélicos desde Londres, y asimismo, un meduloso análisis realizado por nuestro entrañable amigo César González Trejo, veterano de guerra e integrante de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

Arturo Jauretche
I  

Malvinas y medios de comunicación

Nuestra vinculación con los medios masivos de comunicación en la era contemporánea es indudable. No sólo interactuamos cotidianamente con ellos, sino que éstos ejercen una notoria influencia sobre la opinión de los individuos. A tal extremo, que se ha llegado a sostener que en la vida moderna “el orden de prioridades establecidas por los medios de comunicación determinan la capacidad de discriminación temática en el público, por cuanto éste responde a los mismos criterios de prioridades presentes en los medios de comunicación de masas (6) ”. Se compartan o no los alcances de dicha aseveración, lo cierto es que tales instrumentos han pasado a formar parte de nuestro periódico transcurrir, y efectivamente, contienen en sí un potencial que puede incidir en conciencias, razonamientos y valoraciones.

Desde que el canadiense Marshall McLuhan sentenció que “toda herramienta humana y/o construcción social puede estudiarse como un medio de comunicación cuyo mensaje es el conjunto de satisfacciones e insatisfacciones que éste genera (7) ”, razonamiento que compone su conocido aforismo “el medio es el mensaje”, miles de científicos sociales, psicólogos, semiólogos y demás profesionales vinculados con el prodigio de la comunicación se abocaron al análisis de tal fenómeno. Sin embargo, tal como sostienen Laureano Ralón y Maria Cristina Eseiza en un interesante trabajo que lleva el sugestivo título de Arturo Jauretche y Marshall McLuhan: Trazando un paralelismo entre “retribalización” y “barbarie” (8), la vigorosa incidencia de los medios de comunicación en el ámbito de lo social era abordada desde el aquí por un paisano de las tierras de Lincoln, Provincia de Buenos Aires, cuyas inferencias alcanzaron o tal vez superaron las del canadiense.

Nos referimos nada más ni nada menos que a don Arturo Jauretche, quien ya a principios de la década de 1960 denunció una poderosísima impronta mediática que “había llevado a elaborarnos una ‘cultura’ a pelo y otra a contrapelo, o dos culturas paralelas. Una, a la vista, que identificábamos con el guardapolvo escolar, era la que exhibíamos ante los mayores y en la escuela. La otra, secreta. Este conflicto íntimo lo llevamos todos los argentinos. En mí, creo que ganó la cultura paisana -o si usted quiere, ‘la barbarie’- que, seguramente, será poca, pero buena, porque está hecha a base de sentido común y contacto con la realidad”.

Los descubrimientos que Jauretche consignó parcialmente en su obra Los Profetas del Odio lo llevaron además a reflexionar en éste y otros textos posteriores sobre la íntima relación existente entre el poder y los medios. Según los autores del trabajo citado precedentemente, nuestro maestro demuestra ser totalmente consciente de la importancia detrás de los "poderes formales" de los medios de comunicación y su influencia sobre el individuo y la sociedad: "’El desarrollo técnico crea una variedad especial de tarado (decía Jauretche). El tarado con técnica. Que viene a ser técnicamente un supertarado. La última palabra del supertarado técnico es el tarado con transistor’. Y agrega, ‘[el tarado del transistor] está atado a una cadena y no la puede dejar. Y cuando sale de su casa, en lugar de llevar la argolla al pie la lleva en la oreja. Como ese Romeo que hemos visto. Que pudiendo en un portal decir, oír y hacer cosas tan maravillosas, las posterga a la transmisión que le golpea en el oído la lección del pildorero que hace propaganda”. Pero su percepción lo lleva aún más lejos: "Imagine el lector una pareja de adolescentes, a la caída de la tarde, oscuro ya, apretados contra un portal. Apretados. ¿Uno contra otro? ¡Sí! Pero con el transistor entre las dos cabezas. Oyendo el episodio o, lo que es peor, oyendo a Alsogaray. La cuestión es oír algo…’ Con esta última declaración hecha en febrero de 1960 -cuatro años antes de que McLuhan publique Comprender los medios de comunicación, el libro que presenta al mundo su famoso aforismo- Jauretche parece habérsele adelantado al sumo sacerdote de la cultura pop y metafísico de los medios (9) ".

La vinculación entre poder y medios ha sido profusamente tratada por numerosos especialistas nacionales e internacionales y expresada en incalculables obras de las que sería imposible dar cuenta aquí. Sin embargo, no cabe duda alguna de que la relación entre ellos se torna cada vez más indivisible, y de que los medios masivos resultan hoy además instrumentos vitales para la conservación del poder. Si concebimos al poder no como una fórmula estática, sino como una continua construcción que requiere enfrentamientos y negociaciones, la lucha por el poder implica en una de sus extensiones la lucha por la producción de sentido, entendiendo a este último como el conjunto de presupuestos, variables y fundamentos sobre los que se asienta un discurso determinado.

Los medios de comunicación en la actualidad son esencialmente reproductores masivos de sentido, aunque algunos autores los colocan ya en carácter de productores. Puede coincidirse entonces con Pierre Bourdieu y también con Arturo Jauretche en que los medios de comunicación reproducen el sentido de aquellos grupos de poder que cuentan con una posición más privilegiada, utilizándolos para mantener el statu quo. Los grupos que cuentan con un mayor capital simbólico poseen en una sociedad altamente mediatizada mayores posibilidades de legitimar las decisiones. Nótese por ejemplo que don Arturo, refiriéndose en su época a una de las zonceras sobre las que aún se sostiene la legitimidad de cierto periodismo moderno, decía: “La prensa independiente no existe, y la independencia es una máscara para hacer pasar la mercadería de contrabando como agua corriente incolora, inodora, insípida, para que el estómago del lector no se prevenga defensivamente”. De esta forma, el linqueño alertaba respecto a la dinámica de poder que encubre el utópico principio de la libertad de prensa.

Pero las observaciones jauretcheanas se extienden a otras aristas de la vinculación existente entre medios de comunicación y poder. Así, por ejemplo, se refiere a la relación entre medios y política: "Mientras los totalitarios reprimen toda información y toda manifestación de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el manejo organizado de los medios (…), que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelvan en función de sus verdaderos intereses. Grupos capitalistas tienen en sus manos la universidad, la escuela, el libro, el periodismo y la radiotelefonía. No necesitan recurrir a la violencia para reprimir los estados de conciencia que les son inconvenientes. Les basta con impedir que ellos se formen. Dan a los pueblos la oportunidad de pronunciarse por una u otra agrupación política, pero previamente imposibilitan materialmente la formación de fuerzas políticas que respondan a las necesidades populares". Jauretche sostiene además que: "Esto ocurre aquí y en cualquiera de las llamadas grandes democracias. Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los 'democráticos' es un paralítico con la ilusión de la libertad al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos. Proponemos un auténtico ideal democrático. El sometimiento de las fuerzas de las finanzas al interés colectivo”. Sigue don Arturo: "Porque los medios de información y la difusión de ideas están gobernados como los precios en el mercado y son también mercaderías. La prensa nos dice todos los días que su libertad es imprescindible para el desarrollo de la sociedad humana, y nos propone sus beneficios por oposición a los sistemas que la restringen por medio del estatismo. Pero nos oculta la naturaleza de esa libertad, tan restrictiva como la del estado, aunque más hipócrita, porque el libre acceso a las fuentes de información no implica la libre discusión, ni la honesta difusión, ya que ese libre acceso se condiciona a los intereses de los grupos dominantes que dan la versión y la difunden", y además "porque estos periódicos tan celosos de la censura oficial se autocensuran cuando se trata del avisador; el columnista no debe chocar con la administración. (10) ”.

En la actualidad, la concentración ha producido un nuevo fenómeno: ciertos medios de comunicación han comenzado a constituir un poder en sí mismo, y en consecuencia, se integran a la dinámica de poder no ya como una herramienta sino como un factor concreto. Sin embargo, tal como lo acredita nuestra propia historia, el poder de los medios no es ilimitado. La actividad desarrollada por los integrantes de la Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina (FORJA) (11) en el decenio 1935-1945 y otros protagonistas del campo nacional, excluidos de todos los medios masivos de la época, pudo perforar el presuntamente impenetrable muro del universo mediático y llegar a las masas casi sin recursos. Por su parte, la campaña que llevó al poder al peronismo en 1946 logró penetrar un acorazado mediático casi unánimemente opositor.

En los primeros meses de este año han proliferado en los distintos medios de comunicación locales opiniones, análisis y comentarios respecto a las formas, oportunidades y modalidades en las que se desarrolló el conflicto bélico de 1982, y además, se han hecho numerosas recomendaciones e insinuaciones respecto de cuáles serían las modalidades más eficaces para que nuestra comunidad elabore histórica y socialmente dicho acontecimiento. Para tales efectos se ha recurrido insistentemente a las potenciales virtudes que para tal función posee el ejercicio de esa facultad tan sorprendente que es la memoria humana.

Bien vale entonces, apelando forzosamente al recurso de la simplificación, traer aquí ciertos elementos que han aparecido como presupuestos del discurso dominante respecto a la cuestión Malvinas. Y expresar, antes de proseguir, que se trata de mostrar aquí lógicas de razonamiento y no de juzgar a individuos, ya que la adhesión romántica o idealista a una cosmovisión determinada no obsta para que en el momento oportuno, cualquier compatriota pueda discernir adecuadamente a favor de los intereses del país. Nos inspira una vez más aquí la compostura de Jauretche, quien ante los virulentos cuestionamientos que recibía respecto de su punzante y ciertas veces personalizada diatriba, respondía con la simpleza que lo caracterizaba: “Hasta cuando ataco a un hombre concreto no es que lo malquiera, es que quiero a mis paisanos, y por amor a ellos tengo que cumplir esta ingrata labor que me cierra las puertas y me junta enemigos en un arte como el de la política que consiste en hacer amigos (12) ”. Demás esta reiterar que por razones de espacio he de presentar una versión simplificada de las miradas analizadas, intentando eso sí, preservar dentro de lo posible su lógica argumental.

Por último, debo destacar que las miradas que aparecen con cierta periodicidad en los grandes medios de comunicación respecto a una cuestión específica, no suelen responder a simples inquietudes basadas en la necesidad individual de expresión. La lógica de funcionamiento de los grandes medios presupone en la actualidad una determinada mirada que es producto de una articulación entre los intereses del mismo medio, de quien lo financia y de una superestructura cultural que sostiene su estatus -en parte- a partir del acoplamiento con el discurso dominante. Ello no obsta para que en ciertas oportunidades sean convocados determinados especialistas, idóneos o simples ciudadanos, a fin de que emitan sus pareceres. Pero más que una muestra de tolerancia y diversidad, la participación esporádica de terceros discordantes constituye una verdadera estrategia para obliterar la homogeneidad del discurso, que ya es característica en los medios concentrados.

Tropas argentinas durante la guerra de 1982
Las miradas sobre Malvinas

En el discurso de quienes se enrolan en lo que tradicionalmente se conoce como liberalismo o conservadurismo vernáculo, en los últimos tiempos reapareció la tesis que podríamos denominar como del “pecado original”, visión para la cual nuestro desembarco en las Islas constituyó un acto de desfachatez, una provocación injustificable contra la civilización, un verdadero atentado contra el progreso y la prosperidad, o un quimérico desafío al orden mundial impuesto. Esta visión puede representarse en ciertas enunciaciones que cuestionan la avanzada militar, en razón de considerar altamente satisfactorios o potencialmente beneficiosos para el país los términos en los que se opera el intercambio económico y cultural entre Argentina y el Reino Unido, y en otras que, sin considerar tan positivamente dichas mercedes, sostienen la imposibilidad o la inconveniencia de que un país emergente adopte una actitud semejante respecto a una potencia. En algunas de ellas, en especial, hemos detectado una solapada desdicha respecto a la ausencia de una vinculación más íntima y estrecha con la “metrópoli”, como aquella que manifestara Julio Argentino Roca (h) al momento de suscribir el pacto Roca-Runciman en el año 1933 (13).

La posición orientadora del ideario liberal vernáculo no resulta novedosa. Julio Mafud señaló alguna vez con certeza que: “Fue un error irreparable para los primeros pensadores (argentinos) no aceptar, de principio, que la realidad americana no era inferior, sino distinta (...). Llamar barbarie a todo lo que era americano no era una actitud de definición sino de rechazo (…). Hay un elemento que es necesario aislar para comprender los modus mentales de esos hombres que se constituyeron a través de la cultura europea. Ésta estaba basada y sustantivada sobre abstracciones (…) lo único que era específicamente europeo sin antecedentes en América era la idea de progreso, y ésta sólo podía tener vigencia en América si se negaba el pasado y el presente. El futuro era lo único aceptable, en lo cual se creía excesivamente: el futuro era Europa. Progresar era salir de América para entrar en Europa (14) ”. La antigua premisa sarmientina “civilización o barbarie” que ocultaba el deseo de “hacer la Europa en América”, representa cabalmente el núcleo del razonamiento que nutre esta corriente.

En la mayoría de las expresiones de los representantes de esta tendencia que hemos relevado en los medios, la guerra de 1982 suele aparecer como un episodio “clausurado”. La costumbre, práctica o tal vez estrategia de “aislar” un acontecimiento de envergadura como la guerra de 1982 de sus antecedentes históricos, proviene de una rancia tradición sustentada por el liberalismo local. En términos generales puede señalarse que la corriente liberal concibe la historia como el producto de las cualidades de sus impulsores. El sujeto de la historia es esencialmente el individuo, y por tanto, el pretérito sigue la impronta de la tracción individual. En todas las narraciones de orientación mitrista la historia se reduce al relato de la acción de los grandes hombres, de los próceres (de los que se adelantaron a su tiempo como en el ejemplo rivadaviano), o en su caso, de sus antagonistas. Es un relato fundado en doctrinas individualistas. Es una historia que en tanto coloca la potencia en el individuo y no en el pueblo, hace necesariamente hincapié en lo circunstancial y no en lo estructural, y permite cercar un suceso determinado.

Por su parte, en el discurso de los sectores más radicalizados de la izquierda vernácula, primó en estos tiempos la clásica estrategia de la negación combinada, como es corriente, con el conocido repudio a la dictadura militar. Para este credo cuya cosmovisión se sustenta en principios materialistas y clasistas, la guerra de Malvinas en tanto cuestión que no encuadra en dichas categorías, debe ser relegada a planos inferiores del análisis o simplemente ignorada. Sin embargo, debo confesar que en algunas de las organizaciones marginales pertenecientes a esta tendencia apareció la reivindicación malvinera como manifiesto antiimperialista.

La mirada que con mayor preponderancia emergió de los medios y cenáculos portuarios es aquella que deviene de un ideario autodefinido como “progresista”. A partir de una diatriba en apariencia diversa, pluralista, comprensiva y democrática, los progresistas locales han abordado el fenómeno malvinero desde vistazos que, a nuestro criterio, si bien se presentan como matizados, resultan ciertamente homogéneos. Recorrido el espinel mediático porteño, la casi totalidad de las alocuciones que emergen desde esta perspectiva oscilan entre aquellas que integran estructuralmente el evento malvinero a la tiranía (mal absoluto) y, por tanto, confinan la batalla en el paquete dictatorial, hasta aquellas que, incorporando orgánicamente el acontecimiento a la experiencia tiránica, resaltan cuanto menos el rol de ciertos veteranos de guerra, pero eso sí, colocándolos en el papel de víctimas de una aventura castrense.

Este sintético recorrido me obliga a efectuar dos observaciones. La primera es que en ciertos casos aislados se han producido esporádicas y atenuadas declaraciones reivindicatorias; algunas de ellas emergieron de ciertos integrantes de las corrientes citadas, y otras, de compatriotas cuyo encuadramiento resulta dificultoso. La segunda, profundamente llamativa, nos indica que en la casi totalidad de los análisis se han omitido consideraciones respecto a la historia integral de las relaciones bilaterales entre nuestro país y el Reino Unido.

Expuestas las consideraciones precedentes, caben ahora cuanto menos dos interrogantes: ¿Son éstas las únicas miradas posibles sobre la guerra de Malvinas? ¿Tales miradas resultan las más eficaces para procesar colectivamente esa llaga histórica producida por el acontecimiento bélico?

Mural sobre la guerra. Las Malvinas son una "causa nacional".
El pensamiento nacional

Una prolífica corriente de pensamiento nacional, aunque ignorada por las academias oficiales, tiene algo que decir respecto al conflicto acontecido entre abril y junio de 1982 , y aunque por el momento, sólo se ha expresado marginalmente por medios alternativos, creo detectar que comienza paulatinamente a ejercer cada vez mayor influencia. Dicha corriente que se autoconceptúa como “nacional” ha transcurrido y aún transcurre por fuera del entramado mediático local y es difundida -como en sus orígenes- a través de pequeñas conferencias y de la labor patriótica de pequeños editores nacionales, entre los cuales se destaca don Arturo Peña Lillo. En la actualidad, la red informática se ha convertido en una herramienta sumamente útil para su difusión.

No obstante las limitaciones y la ostensible censura, esta vertiente del pensamiento llegó a producir durante el siglo pasado más de 6.000 textos, sin contar revistas y otras publicaciones. Nos referimos a autores como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José Maria Rosa, Ramón Doll, Manuel Ugarte, Manuel Gálvez, Leonardo Castellani, Coriolano Alberini, Jorge Enea Spilimbergo, Alberto González Arzac, Ernesto Goldar, Osvaldo Guglielmino, Salvador Ferla, Saúl Taborda, Abelardo Ramos, José Luis Torres, Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, Arturo Sampay, Fermín Chávez, Manuel Ortiz Pereyra, Rodolfo Puigross y Norberto Galasso, entre otros. El pensamiento nacional constituye toda una tendencia del saber que, si bien nunca aspiró a un encuadramiento especifico en tanto estuvo caracterizada por lógicos y nítidos matices, asumió el desafío de producir ciencia desde el propio lugar, desde la propia América, desde la propia Argentina.

Un dato históricamente llamativo, y sugestivamente poco abordado, nos remite a la profunda revolución cultural que se operó durante las primeras décadas del siglo pasado en la Argentina, e indica el modo en que científicos sociales argentinos como Carlos Cossio, Arturo Zampay, Saúl Taborda o Carlos Astrada (algunos de ellos hoy sujetos de estudio en universidades europeas e ignorados en nuestras academias) asumieron desde el “aquí nomás” una fuerte crítica a la ciencia producida en el Viejo Continente. Estos hombres y mujeres llevaron a cabo una verdadera epopeya de afirmación americana. Un período de profunda aspiración e inspiración que se manifestó a partir de una producción científico-social con ciertos rasgos de autonomía. Esta actividad que abarcó casi todos los campos del saber social, y produjo además obras de un brillo y valor incalculables, es escasamente difundida en los ciclos oficiales de instrucción y educación. Una referencia imprescindible para entender este proceso la constituye el trabajo de Juan Waldemar Wally, Generación de 1940; grandeza y frustración, que puede consultarse en Internet, y que próximamente será publicado.

Las razones de este fenómeno son variadas y complejas. En términos generales puede sostenerse sin temor a equívoco que el ocultamiento o la censura encubierta que recayó sobre “los nacionales”, puede ser atribuida a cierta tendencia no generalizada pero sí fuertemente extendida que promueve en nuestra intelligentzia un fenómeno de remisión del saber.

Fermín Chávez en su obra Historicismo e Iluminismo en la Cultura Argentina, enseña que en nuestras elites académicas subyace un mecanismo que tiende a remitir el saber hacia el exterior, y a vincular la erudición y la sabiduría con el conocimiento de las ideas universales o categorías de abordaje producidas en el Viejo Continente. Chávez enseñaba en tal sentido que tal actitud proviene de “La ideología de la dependencia (que) lleva entre nosotros el nombre de Iluminismo, esto es de una ideología a-histórica. En el rígido marco del país iluminista, la única cultura es la cultura purista. La cultura popular es un producto marginal que no cuenta para la nación (15) ”.

Chávez no es el único autor que sostiene tal fenómeno. Alberto Methol Ferré, notable pensador uruguayo, atribuye a la intelligentzia de su país una tendencia que lo lleva a seguir una sucesión de modas escolásticas, donde lo escolástico da cuenta de la “calidad” de lo transplantado. La reflexiones formuladas por Chávez y Ferré advierten respecto de una actitud que lleva a nuestra intelligentzia a formular un procedimiento inverso al que acontece en los países centrales, donde las elites productoras de conocimiento académico parten del presupuesto que el saber primordial sobre sí mismos se encuentra en ellos mismos. Tal actitud coloca a la producción teórica de dichas naciones en el centro, y desde allí se analiza “el afuera”. Cabe señalar que Jauretche concebía el pensamiento nacional como una mirada de lo universal con los propios ojos, proponiendo de esta manera en su época una verdadera reversión en la tendencia seguida por nuestra intelligentzia. Sobre este punto ahondaremos más adelante.

Antes de reanudar, y a efectos de evitar equívocos innecesarios y cuestionamientos improductivos, quiero resaltar expresamente que lo manifestado en los párrafos anteriores de manera alguna implica desprecio o menoscabo hacia la producción teórica proveniente de exterior, que por cierto ha brindado medulares categorías de análisis para el abordaje de cuantiosos fenómenos sociales. Simplemente pretendo aquí mostrar una tendencia que encubre un serio déficit para nuestro proceso de autoconocimiento.

El fenómeno tan magistralmente explicado por Chávez y Ferré adquiere vital importancia, ya que como lo he comprobado acabadamente, muchos de nuestros alumnos se gradúan de las universidades locales con una sutil convicción que asocia la externidad con la calidad del saber, y además, con una suerte de convencimiento respecto a la insolvencia iberoamericana para producir material teórico universalmente relevante. Esta tendencia que, reitero, no es generalizada pero sí ampliamente extendida, constituye una verdadera desdicha, ya que es harto conocido que cualquier abordaje sobre la dinámica social e histórica -más allá de que un individuo en particular aspire a desarrollar categorías universales de análisis- presupone una mirada ciertamente determinada por condiciones subjetivas e históricas de quien se lo propone, y por lo tanto existe un nítido e irreversible contexto de subjetividad en toda mirada social.

A esa tendencia remitiva del saber, que según Chávez se potencia en las primeras décadas del siglo XIX a partir de la expansión de la filosofía iluminista, se suma naturalmente otro fenómeno que responde a impulsos de índole individual y que es compartido por muchos intelectuales en el mundo: la aspiración a determinar categorías universales de análisis aplicables a toda comunidad humana. Este secreto o expreso anhelo de índole narcisista suele determinar muchas veces el pensamiento social.

La combinación entre ambas, es decir, entre la remisión hacia el afuera y las aspiraciones narcisistas, ha producido en nuestra intelligentzia un gran déficit de autoconocimiento -y por tanto- una grave falencia en el desarrollo integral de nuestro país, que se expondrá en otro apartado referido a las elites. Por su parte, el hecho de que una considerable porción de nuestros cuadros académicos se haya formado durante muchas décadas en un idealismo teórico que parte desde el afuera hacia el adentro, ha motivado, entre otras cuestiones, que a pensadores como Jauretche difícilmente engarzables en categorías sociológicas concebidas en el “primer mundo”, se los aparte, se los niegue, o se asigne a su obra el carácter de acientífica.

Una mirada desde el pensamiento nacional

El pensamiento nacional, entre otros desafíos, nos incita a abordar un acontecimiento histórico de las características y de la trascendencia del que nos ocupa, desde una actitud epistemológica inicial que bien puede resumirse bajo el interrogante jauretcheano de “¿Especular sobre razones o razonar sobre realidades?”. Tal principio liminar presupone que todo hecho histórico, en la medida de lo posible, debe ser analizado sin preconceptos ideológicos, y en tal sentido, acometerlo desde un “vitalismo esencial” que el maestro denominaba “sentido común”. El sentido común jauretcheano, que además presupone el imperativo scalabriniano de “volver a la realidad”, nos obliga, como instancia previa a la observación de un acontecimiento pretérito, a despejar de nuestras conciencias -dentro de lo posible- ciertos preconceptos erigidos a partir de un idealismo transplantado, y en especial, a abandonar aquel inútil esquema geométrico tradicionalmente europeo de izquierdas y derechas.

Adoptada tal actitud, el pensamiento nacional nos enseña -en primera instancia- a observar todo acontecimiento histórico en su marco contextual. De esta manera, el conflicto de 1982 en tanto fue protagonizado por dos naciones que poseen un nutrido vínculo histórico, debe analizarse forzosamente en el contexto de ese devenir. Ningún razonamiento sobre el desembarco argentino en Malvinas en 1982 puede entonces omitir el transcurrir de las relaciones bilaterales entre la Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña, porque ello implicaría una desarticulación arbitraria de la historia que -como fenómeno- constituye un proceso natural y estructuralmente interrelacionado.

De esta forma planteamos la primera discordancia existente entre nuestra perspectiva y la de las miradas que desde el entorno liberal-conservador, progresista e iluminista de izquierda recayeron sobre el acontecimiento malvinero en estos últimos meses. Cabe señalar que la inconsistencia teórica que presupone abordar el acontecimiento bélico como un hecho coyuntural, se extiende incluso hacia aquellas hipótesis que presuponen que el desembarco argentino estuvo determinado por intenciones de perpetuación en el poder por parte de la conducción militar de la época, o que las hostilidades respondieron a una operación de la inteligencia británica. La guerra de Malvinas, de esta manera, aparece como un hito dentro de un proceso más amplio que refiere a las relaciones bilaterales que ambos países mantienen desde hace más de dos siglos, y en lo que al archipiélago respecta, a la primera tentativa de ocupación que data del año 1765.

Esta primera conclusión que coloca lo nacional en el centro del análisis, presupone que la cuestión Malvinas nos vincula a un fenómeno que excede y antecede al episodio bélico, y por lo tanto, disocia parcialmente el conflicto bélico de la tiranía. Las circunstancias dictatoriales y las posibles aspiraciones de la conducción militar pasan de esta forma a un segundo plano, por el “núcleo de conexidad” existente entre la guerra y las desiguales relaciones bilaterales entre la Argentina y la Corona Británica.

Los vínculos entre ambas naciones han sido abordados con diversos matices por el pensamiento nacional. Las conclusiones de nuestros maestros resultan tajantes respecto a las aspiraciones y la acción colonial desplegada por Gran Bretaña en nuestros lares, y además, respecto a la ilegitimidad de sus pretensiones sobre el archipiélago. Es por ello que existe plena coincidencia en todos los matices de nuestra corriente de que la reivindicación y la reclamación de nuestros derechos soberanos sobre las Malvinas y demás Islas del Atlántico Sur es esencialmente justa, más allá de la consternación que pueda producir a los seres pacíficos como quien les escribe, la utilización de la violencia. Aunque consideremos a la guerra como la exteriorización más cabal de la barbarie, resultaría ingenuo negar la existencia ancestral de este fenómeno que nos precede y excede, y no obstante asumamos una tesitura de repudio hacia ella, tal actitud no puede obliterar el hecho de que, en determinadas circunstancias límites, una justa reivindicación adopte una vía extra-diplomática.

Determinados dos de los vectores desde los cuales el pensamiento nacional aborda la cuestión Malvinas, es decir, por un lado, desde el contexto integral de las relaciones bilaterales entre nuestro país e Inglaterra, y por el otro, desde la perspectiva que sostiene que nuestro país persigue una causa justa, aspiro en lo sucesivo a extenderme sobre dos tópicos que justifican, desde nuestra perspectiva, una mirada diferente sobre la cuestión planteada.

Macri/Malcorra, la desmalvinización a toda marcha
La desmalvinización

La idea de desmalvinización suele atribuirse al académico francés Alain Rouquié. En una entrevista realizada por Osvaldo Soriano para la revista Humor en marzo de 1983, Rouquié manifestó que “quienes no quieren que los militares vuelvan al poder tienen que dedicarse a desmalvinizar la vida argentina. Esto es muy importante: desmalvinizar, porque para los militares las Malvinas será siempre la oportunidad de recordar su existencia, su función y un día, de rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la guerra sucia contra la subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta que es la defensa de la soberanía nacional (16)”.

La sentencia dictada por el francés parecería haber calado hondo en el pensamiento de muchos argentinos, y en cierto sentido, influido en las decisiones políticas que se tomaron durante la posguerra.

Como rechazo de plano aquellas tesis conspirativas que ponen siempre en el otro la razón de nuestros males, aunque considero que la afirmación de Rouquié es desconocedora de algunas variables sustantivas que componen la historia de nuestro país, entiendo que el francés emitió en tal oportunidad una simple recomendación respecto a cómo, a partir de un dispositivo como el desmalvinizador basado en el olvido, nuestro país pudiera procesar y resolver uno de los tantos traumas producidos por la tiranía militar. Rouquié recurrió a la causa Malvinas, porque consideró que ella constituía per se una “bandera” que podía ser retomada por los militares para justificar un futuro regreso al poder.

Pero la desmalvinización no empieza con la llegada de Rouquié a nuestro país. Las condiciones en las que regresaron nuestros soldados al continente dan cuenta de que este dispositivo empieza inmediatamente después del cese de las hostilidades. Creo entender entonces que la idea de “desmalvinizar” no necesariamente surgió del académico. Giraba ya en las mentes de algunos de los hombres y mujeres del poder, y la opinión de un “prestigioso” intelectual europeo sólo sirvió para reforzar sus argumentos.

Cabe analizar a continuación los presupuestos sobre los que asentó la recomendación el académico francés, las razones a partir de las cuales su sentencia encontró un campo fértil, y además, las consecuencias que el dispositivo desmalvinizante ha generado en nuestra comunidad desde entonces.

Es evidente que Rouquié lanzó su proclama en tiempos de transición entre una dictadura feroz y una incipiente salida democrática, con un claro objetivo inicial: el de restarles argumentos a los militares para evitar su regreso al poder. Pero la recomendación del académico presupone además una receta para que nuestra comunidad procese y supere las consecuencias traumáticas de un proceso revulsivo.

No suelo dedicarme a los menesteres de la psicología y mis conocimientos respecto al psicoanálisis son ciertamente limitados. Pero ello no obsta para que por la simple aplicación del sentido común, pueda sostener sin temor a equívoco que un suceso traumático o un trauma es esencialmente un hecho ajeno a nuestra experiencia normal o cotidiana, un suceso extraordinario que puede ser repentino o no, y que además suele generar consecuencias psíquicas cuya relevancia depende de su intensidad o gravedad, de su excepcionalidad o de su carácter prolongado. Por su parte, hemos comprobado con la experiencia que los episodios traumáticos pueden acarrear efectos emocionales, cognoscitivos, corporales, etc.

Si tales principios básicos pudieran trasladarse al campo de lo social (de hecho la psicología social ha realizado tal operación), podemos afirmar que un trauma social o colectivo es un estado general producido por un hecho o conjunto de hechos que dejan marcas o huellas de distinta profundidad en el seno de la comunidad. En algunos de los textos que he consultado al respecto, la violencia física en sus diferentes formas aparece como fuente primordial del trauma social, y suele considerarse por su eficacia, es decir, “la de anular al otro como sujeto diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la angustia”.(17)

Quienes hemos transcurrido nuestro devenir en el país durante los últimos cuarenta años podemos dar cuenta de que la violencia política acontecida en la década de 1970, y el proceso represivo posterior, han impreso consecuencias efectivamente traumáticas sobre el conjunto de la sociedad que aún perduran. Igual razonamiento puede aplicarse a un acontecimiento como el de Malvinas que constituye, como ya se ha dicho, el único episodio bélico protagonizado por nuestro país en el siglo pasado, y que además contó con la participación directa e indirecta de muchas familias argentinas.

Los expertos suelen coincidir en que el primer paso para el tratamiento de un suceso traumático es el de promover la autoconciencia del trauma y de sus efectos, y para ello, se requiere prestar especial atención al sujeto traumatizado. La mirada del propio individuo es en tal sentido fundamental para encarar cualquier proceso terapéutico.

Una vez operada la auto conciencia del trauma y sus efectos, los caminos deben conducir hacia lo que se denomina elaboración del trauma, es decir, hacia una actividad que tiende a hurgar en la causas, antecedentes, y la comprensión del evento traumático, para luego asistir al paciente de forma tal que logre convivir con éste en un marco de relativa aceptación del episodio. En el ámbito de lo social, por su parte, dicha elaboración presupone fundamentalmente un diálogo lo más extenso y amplio posible en términos de legitimidad social, para posteriormente formular ciertos acuerdos que permitan transcurrir el desarrollo evolutivo común con la menor cantidad de obstáculos posibles.

Cabe señalar que, en materia social, las alternativas para la elaboración de un trauma colectivo son múltiples, y los senderos transcurridos en tal sentido a lo largo de la historia, diversos y dispares. Cada sociedad ha asumido a través de sus modos de representación social y política una posición determinada para transcurrir el período de elaboración, de acuerdo a sus condiciones históricas, su idiosincrasia, los factores de poder en juego, la lucidez de sus elites, etc. No existe aquí una formula única ni una receta determinada. Nótese, a modo de ejemplo, y más allá de los juicios de valor que puedan efectuarse, que mientras en nuestro país se viene realizando con alternancia una investigación sostenida respecto a los crímenes y delitos cometidos por el entorno represivo, otras sociedades como la española, ante acontecimientos traumáticos de gran envergadura como la Guerra Civil, ha recurrido al olvido como fórmula de resolución del trauma. Sin embargo, cabe señalar que en el campo de lo social, tanto la promoción del recuerdo y castigo de lo pasado, como la del olvido, constituyen ejercicios de historización y, en tanto, acciones claramente intencionadas.

El proceso que conlleva a la elaboración del traumatismo social puede definirse como una reconstitución “colectivamente elaborada que modifica y muchas veces transgrede la memoria individual (18) (…). En dicho marco, el desafío consiste en descubrir cuáles son los recursos que tiene la sociedad para evitar que ello (el evento traumático) sostenga la perturbación del cuerpo sociaL. (19)”

En este último párrafo encontramos una clave. El proceso de elaboración del trauma social se encuentra íntimamente vinculado a la detección de aquellos recursos más eficaces para evitar que dicho trauma continúe perturbando.

Como señalamos anteriormente, el dispositivo de desmalvinización se constituyó en el “norte” a partir del cual se ejecutaron desde el poder diversas políticas vinculadas a la cuestión Malvinas, durante el período de posguerra. Entendemos por desmalvinización aquel conjunto de acciones impulsadas desde el poder militar, político, económico y simbólico, durante todo el período de posguerra, tendientes marginar de nuestra memoria colectiva el conflicto bélico acontecido en 1982.

La desmalvinización no solamente propuso el olvido integral del conflicto como fórmula. Dicho dispositivo impulsó mecanismos a partir de los cuales, entre otras consecuencias, se anudó el combate a la tiranía militar, se consideró el desafío a un poder como el británico como un “imposible fáctico”, se menoscabó integralmente la participación de nuestras fuerzas en la batalla, y por último, se victimizó a los veteranos de guerra.

Cabe interrogarse en primera instancia si quienes impulsaron y ejecutaron tal dispositivo, tal como surge de las recomendaciones precedentes, realizaron el necesario ejercicio de descubrir y analizar los recursos con los que contaba nuestra propia comunidad para evitar la recurrencia de la perturbación.

Desde la perspectiva del pensamiento nacional, que insisto, coloca a lo nacional en el centro del análisis, consideramos que en todo el período de posguerra no existió un proceso de investigación y debate que se haya concentrado en la detección y análisis de los recursos con los que contaba y cuenta aún nuestro país para evitar una perturbación recurrente en lo que refiere a la cuestión Malvinas. Ello es así, ya que no se han tenido en cuenta a la hora de impulsar recomendaciones y políticas orientadas hacia la cuestión que nos ocupa, entre otras cuestiones de primordial importancia, la existencia de una percepción social que considera justa la causa malvinera, el reconocimiento internacional respecto a la situación colonial, la valentía y el heroísmo desplegados por un sector importante de nuestras fuerzas, las aspiraciones de nuestros veteranos y sus familias, el apoyo recibido por numerosos estados iberoamericanos y las razones históricas que respaldan nuestro reclamo. Éstos, entre otros, son recursos con los que efectivamente contaba y aún cuenta nuestro país para encarar un fenómeno como el malvinero.

Como corolario de lo anterior se infiere que no habiendo existido ese indispensable proceso de debate y acuerdo que lleva hacia la reconstitución “colectivamente elaborada”, el dispositivo desmalvinizador en tanto imposición arbitraria, inconsulta y autoritaria, ha resultado esencialmente ineficaz para contribuir al procesamiento colectivo del trauma causado por la guerra, y ha operado en consecuencia de manera absolutamente contraria a nuestros intereses colectivos por las siguientes razones:

I) Más allá de ciertas alteraciones, los pilares sobre los que se sostuvo la fórmula general adoptada durante los últimos 25 años por el poder político y simbólico para elaborar el trauma colectivo de la última dictadura fueron: el ejercicio irrestricto de la memoria, la búsqueda de la verdad y la persecución judicial de los delitos cometidos en el marco represivo. Llama entonces poderosamente la atención que mientras la memoria se constituyó como pilar de dicha formula, al momento de abordar un episodio históricamente significativo como el de Malvinas, que tuvo lugar durante ese lapso, se apeló a una práctica absolutamente contraria, la del olvido. Esta actitud resulta a simple vista contradictoria y conduce hacia el planteamiento de legítimas dudas. Si se considera a la memoria como el mejor instrumento para elaborar las convulsiones pasadas, debe aplicarse entonces también a la cuestión Malvinas, no sólo a partir del recuerdo de defecciones, delaciones y engaños, sino también de la rememoración de todos aquellos actos o acciones de alta significación, de heroicidad y de patriotismo que allí han acontecido, teniendo fundamentalmente en cuenta la existencia de un antagonista como el británico, que ocupa ilegítimamente nuestro archipiélago desde hace más de ciento cincuenta años. El ejercicio de la memoria nos obliga a un abordaje integral y contextuado de la guerra de Malvinas, en especial, por la significación histórica que cobra su épica, y por las virtualidades que el heroísmo adquiere para el conjunto.

II) Si la fórmula para evitar nuevas intervenciones militares en el gobierno y/o su rehabilitación, es olvidar el episodio de 1982, tal como lo promueve el dispositivo desmalvinizador, cabe interrogarse respecto a ¿cómo compatibilizar tal situación con el mantenimiento de una causa que una parte sustancial de los argentinos consideramos justa? Y además, ¿cómo impulsar el merecido reconocimiento histórico a quienes ofrendaron su vida, a quienes combatieron heroicamente en el conflicto, a sus familiares?

III) Si tal como lo promueve el dispositivo “desmalvinizador” apelamos a la idea de invulnerabilidad del antagonista, ¿cómo relatamos una historia como la de nuestro país, que justamente surgió como Estado a partir del enfrentamiento con las potencias de la época, en clara inferioridad tecnológica? ¿Cómo explicamos un fenómeno como el de Martín Miguel de Güemes o epopeyas como la de la Vuelta de Obligado? ¿Sobre qué hipótesis y qué valores formaremos futuras camadas de militares para la defensa?

IV) Si aislamos el conflicto de 1982, ¿cómo explicamos integral y verazmente el proceso de relaciones bilaterales argentino-británicas desde principios del siglo XIX hasta la fecha?

V) Si victimizamos a nuestros veteranos y a sus familiares colocándolos en una situación de menoscabo, sin considerar su propio pensar y sentir, ¿cómo fundamentamos la existencia en nuestro país de una comunidad verdaderamente democrática?

VI) Si “desmalvinizamos”: ¿sobre qué bases seguiremos encarando ante el antagonista británico la prosecución de una causa justa?

Respecto a lo abordado en el punto I) de la enumeración precedente, es decir, sobre la cuestión vinculada a la memoria, bien vale efectuar una serie de reflexiones complementarias.

Más allá de que dicho vocablo refiere a una facultad humana conocida por todos, el apelativo a la “memoria” en términos políticos requiere una mirada diferente. El pensamiento nacional tiene una clara perspectiva en lo que respecta a las virtualidades colectivas del ejercicio de esa facultad. En tal sentido, consideramos la memoria como una facultad o potencia que nos permite retener y recordar lo pasado. Rememorar es entonces actualizar lo pretérito. Una de las funciones que cumple ese actualizar el pasado que se ejercita mediante la memoria, es la de alimentar la experiencia. En tal sentido, el rememorar constituye una forma de conocimiento o autoconocimiento que contribuye, entre otras cuestiones, a adoptar decisiones para el presente o para el futuro con cierto sustento en el pasado.

Hecha tal definición debemos diferenciar la memoria, que es una facultad, del recuerdo, que es la puesta en práctica o en acto de dicha facultad en un caso concreto. Partimos de un primer interrogante: ¿recordar o rememorar resulta de un simple y meridiano ejercicio de la memoria o implica necesariamente un acto de procesamiento de lo recordado? Creo entender que recordar implica necesariamente procesar, y por lo tanto, un mismo recuerdo en diferentes circunstancias puede ser idealizado o martirizado. La memoria existe en tanto es ejercida mediante un recuerdo inevitablemente procesado.

Nuestra corriente y el revisionismo histórico han batallado tenazmente contra los abusos y adulteraciones operadas sobre nuestra memoria colectiva. A ellos les debemos una serie de descubrimientos que dieron a luz el mecanismo de falsificación y sustitución de elementos y acontecimientos sustanciales de la historia local, que practicaron el mitrismo y sus sucedáneos. Entendemos en tal sentido que lo que se conoce como historia oficial, no es otra cosa que la construcción de un relato funcional a los intereses elitistas, práctica que se extendió en muchas naciones iberoamericanas.

Arturo Jauretche sostenía en su tiempo respecto a la historia oficial que había generado una concepción “estratosférica” del país, “en cuanto se excluyeron las causales internacionales de los hechos propios o inversamente se excluyeron los hechos propios de las causales internacionales.(20) ”. Por su parte, el uruguayo Alberto Methol Ferré afirmó en sintonía que: "Nos enseñaban una historia de puertas cerradas, desgranada en anécdotas y biografías, o de bases filosóficas ingenuas, y nos mostraron la abstracción de un país casi totalmente creado por pura causalidad interna. A esta tesis tan estrecha, se le contrapuso su antítesis, seguramente tan perniciosa. Y ésta es la pretensión de subsumir y disolver el Uruguay en pura causalidad externa, en una historia puramente mundial a secas. Una historia tan de puertas abiertas que no deja casa donde entrar..(21) .”. Tal fenómeno para el uruguayo generó una escisión entre “pueblerinos o ciudadanos del mundo (...). Así, de una historia isla, pasábamos a la evaporación, a las sombras chinescas de una historia océano, donde la historia se juega en cualquier lado menos aquí y aquí lo de cualquier lado”. Estos dos tipos de formulaciones -concluye Ferrer- son dos formas del escapismo: "Interioridad pura o exterioridad pura, dos falacias que confraternizan... (...) Era una manera de renunciar a hacer historia".

Hechas las consideraciones precedentes respecto a la vinculación entre memoria, historia y política, no puede dejar de observarse que en el discurso actual, sobre todo en aquel que emerge de ciertas orientaciones progresistas, se tiende hacia la “ultra ponderación” de una memoria que aparece como “infalible e imparcial”. Esta mirada, más allá del error teórico que contiene, presupone, no nos engañemos, una mirara nítidamente intencionada tendiente a sustentar una posición eminentemente política.

Expuestos tales fundamentos sólo resta ratificar a modo de complemento, tal como lo hemos sostenido en el prólogo del libro de José Luis Muñoz Azpiri Soledad de mis pesares (crónica de un despojo), editado también por la Corporación Buenos Aires Sur, que la desmalvinización referida es “derivación directa y necesaria de un tipo de relaciones de poder que se manifiestan ancestralmente en la humanidad, que dan cuenta de un pretérito fenómeno colonial y que gravitan indubitablemente en la formación de las conciencias de las elites de aquellas naciones sujetas al tal impronta” (22). Sobre este punto nos referiremos más adelante.

Éstos, entre otros tantos fundamentos e interrogantes que no podemos desarrollar en este ensayo por razones de espacio, nos inclinan a rechazar de plano la fórmula “desmalvinización” por teórica y prácticamente ineficaz para superar el trauma producido por la guerra de 1982, y nos impulsa a recomendar otras que se enunciarán en próximos textos.

Reflexiones sobre la victimización

Determinadas algunas perspectivas desde las cuales, quienes nos enrolamos en esta corriente, abordamos la guerra de Malvinas, resta en este último apartado analizar cómo puede considerarse un tópico determinado del dispositivo de desmalvinización que denominamos victimización.

Bien vale para ello entonces recordar aquellas zonceras criollas enunciadas y desarrolladas por Jauretche en su recordado Manual de Zonceras Argentinas (23), cabales herederas de los aforismos sin sentido expuestos por el lúcido Manuel Ortiz Pereyra, y cuyo nombre fue seguramente tomado por don Arturo de la obra de Guillermo Correa La Zoncera (24).

Jauretche definía a las zonceras como “principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia, en dosis para adultos y con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido (sentido común)”. Uno de los principales objetivos de las zonceras era el de potenciar razonamientos y prácticas autodenigratorias mediante la apelación a “una tabla comparativa referida al resto del mundo, y en la cual, cada cotejo se hace en relación a lo mejor que se ha visto o leído en otro lado, y descartando lo peor”. Las zonceras entonces tienen como objetivo la generación de mecanismos que, de un modo inconsciente, afectan la autoestima colectiva a través, entre otros dispositivos, de la comparación perniciosa. Para don Arturo, la zoncera madre que “parió a todas” era la de civilización y barbarie, donde la noción de civilización daba cuenta de un determinado estadio civilizatorio exógeno y progresista (civilización europea), y la barbarie, de uno endógeno y decadentista (barbarie iberoamericana). Las zonceras para el maestro, en tanto limitan el autoconocimiento, inciden sobre la percepción y valoración de la propia identidad.

Aunque desde ciertas perspectivas suele negarse la existencia de formas colectivas de identidad, y por lo tanto, de dispositivos de afectación de la estima colectiva, lo cierto es que el estudio de las modalidades y caracteres de tal fenómeno son corrientes en las naciones centrales. Un ejemplo de ello lo constituye el reciente y difundido texto de Samuel Huntigton ¿Quiénes somos? (25), donde el autor aborda los diferentes desafíos de índole identitaria que se le presentan a la sociedad norteamericana contemporánea. Jauretche, plenamente conocedor de tal acontecimiento, batalló incansablemente a través de sus textos y conferencias, para que los argentinos resultásemos conscientes de los efectos que tales mecanismos generan en nosotros mismos y en nuestros paisanos.

En la casi totalidad del tratamiento mediático de la guerra de 1982, se encuentran presentes referencias vinculadas a la ineptitud y las defecciones acontecidas en la conducción de la guerra. Respecto a ellas existe suficiente bibliografía autorizada. Si bien muchos de los cuestionamientos han surgido de especialistas nacionales e internacionales en materia estratégico militar, en especial, los vinculados a la defectuosa conducción integral del ejército y cierta “evasión” por parte de la Armada, lo cierto es que el desempeño de nuestras Fuerzas Armadas en la conflagración no fue homogéneo. La actuación de la Fuerza Aérea Argentina, y de ciertas unidades del Ejército y la Marina, fueron destacadas en numerosas oportunidades por expertos en la materia.

Innumerables son las referencias que pueden citarse sobre esta cuestión, pero quizás una sola de ellas puede resumir tales aseveraciones. Me refiero a la de Pierre Clostermann, el más avezado piloto de la aviación francesa durante la Segunda Guerra Mundial, quien en su oportunidad declaró: “A vosotros, jóvenes argentinos compañeros pilotos de combate quisiera expresaros toda mi admiración. A la electrónica más perfeccionada, a los misiles antiaéreos, a los objetivos más peligrosos que existen, es decir, los buques, hicisteis frente con éxito. A pesar de las condiciones atmosféricas más terribles que puedan encontrarse en el planeta, con una reserva de apenas pocos minutos de combustible en los tanques de nafta, al límite extremo de vuestros aparatos, habéis partido en medio de la tempestad en vuestros ‘Mirage’, vuestros ‘Étendard’, vuestros ‘A-4’, vuestros ‘Pucará’ con escarapelas azules y blancas. A pesar de los dispositivos de defensa antiaérea y de los SAM de buques de guerra poderosos, alertados con mucha anticipación por los ‘AWACS’ y los satélites norteamericanos, habéis arremetido sin vacilar. Nunca en la historia de las guerras desde 1914, tuvieron aviadores que afrontar una conjunción tan terrorífica de obstáculos mortales, ni aun los de la RAF sobre Londres en 1940 o los de la Luftwaffe en 1945. Vuestro valor ha deslumbrado no sólo al pueblo argentino, sino que somos muchos los que en el mundo estamos orgullosos de que seáis nuestros hermanos pilotos. A los padres y a las madres, a los hermanos y a las hermanas, a las esposas y a los hijos de los pilotos argentinos que fueron a la muerte con el coraje más fantástico y más asombroso, les digo que ellos honran a la Argentina y al mundo latino. ¡Ay!: la verdad vale únicamente por la sangre derramada y el mundo cree solamente en las causas cuyos testigos se hacen matar por ella...” (26).

El contexto dictatorial en que acontecieron los episodios bélicos y ciertas desinteligencias en la conducción de la guerra tiñeron una parte sustancial de las crónicas de posguerra en los años sucesivos. Pero, ¿qué ocurre respecto a la labor destacada de la Aeronáutica y de las unidades citadas precedentemente, y de los actos de heroísmo durante las operaciones? En términos generales, los análisis mediáticos de posguerra se centraron en la asimilación del conflicto a la tiranía, aunque debe reconocerse que en forma muy esporádica aparecieron referencias a ciertos logros obtenidos por nuestros pilotos. Es evidente que la ausencia casi total de épica protagonizada por nuestros hombres en el marco del conflicto bélico, ha contribuido a soslayar un aspecto importante de nuestras potencialidades, potenciando aquellos mecanismos autodenigratorios de los que hablaba Jauretche.

En lo que respecta al tratamiento integral de los veteranos de guerra no pertenecientes a los cuadros profesionales de las Fuerzas Armadas, el mecanismo que aparece con mayor frecuencia en el discurso mediático es el de la victimización. En alguna oportunidad hemos definido la victimización como una acción que apunta a señalar un determinado estatus de sufrimiento, persecución o ensañamiento con el fin de obtener un tratamiento que mejore la calidad de quien mantiene dicho estatus. La victimización constituye, en cierto sentido, un proceder deliberado que aspira a revertir una determinada situación de menoscabo.

Pero a la vez, suele recurrirse a la victimización (y de hecho así ha acontecido) para neutralizar o anular cualquier conato de crítica respecto del sujeto o grupo victimizado, e inclusive, como dispositivo de transferencia tendiente invertir la condición de victimario en la de víctima. De lo expuesto, se infiere que este concepto admite diversos sentidos, alguno de los cuales pueden resultar hasta ciertamente contrapuestos.

La noción de victimización nos remite necesariamente a la de víctima. Victima es aquella persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio. Dicho vocablo puede aplicarse además a aquel “sujeto o grupo de sujetos que experimentan daño o menoscabo por causa ajena o fortuita” (27). Por su parte, desde el punto de vista del derecho, la condición de victima se atribuye a un individuo o grupo que sufren o han sufrido pérdida o detrimento de sus derechos esenciales.

En una conferencia dictada el 2 de junio de 2004 sobre la noción de justicia, Alain Badiou se preguntaba respecto a ¿quién es la victima?, ¿quién es considerado victima? El académico sostuvo en tal oportunidad que “estamos obligados a admitir que la idea de victima supone una visión política de la situación; en otras palabras, es desde el interior de una política que se decide quién es verdaderamente la víctima: en toda la historia del mundo, políticas diferentes tuvieron víctimas diferentes. Por lo tanto, no podemos partir únicamente de la idea de víctima, porque víctima es un término variable” (28).

Coincidiendo con el autor, entendemos que la victimización de nuestros veteranos ha sido desplegada ex profeso en el marco de la desmalvinización con un objetivo político: el de coadyuvar a reforzar el carácter despótico, abusivo y cruel de la dictadura militar. En tal sentido, los combatientes de Malvinas pasaron de ser protagonistas de un acontecimiento bélico de alta significación histórica, a militar en el amplio espectro de las victimas de la dictadura, reforzando así las políticas implementadas desde el poder.

Conscientes de tal fenómeno, resta ahora interrogarnos si la victimización que recayó sobre nuestros veteranos constituyó un mecanismo eficaz y duradero para elaborar el trauma generado en ellos por el conflicto. En sintonía con lo sustentado respecto del dispositivo de desmalvinización, nos inclinamos por la negativa. Razones de espacio me impiden desarrollar acabadamente este tópico sobre el que me he referido en numerosas oportunidades, en especial, en un texto que titulé: Victimización: ¿Redención del oprimido o retorno al coloniaje? (29)

Sin embargo, a partir de los numerosos trabajos de investigación que han realizado mis alumnos durante los últimos años en la materia Derecho a la Información que se cursa en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, hemos comprobado que, a pesar de los numerosos matices que existen en las miradas de quienes participaron en la guerra, salvo en casos excepcionales, la victimización es rechazada ya que no representa ni contiene los anhelos o las aspiraciones de quienes combatieron en el conflicto.

Como sostuvimos anteriormente, toda sociedad que se precie de democrática debe aspirar a contener la mayor parte de las expectativas de cada uno de sus componentes, y por tanto, al momento de formular proposiciones y diseñar políticas tendientes a superar un trauma colectivo deben necesariamente consultarse dichas expectativas. La situación de los veteranos durante la posguerra atravesó distintas etapas. Desde el ocultamiento, el abandono y la orfandad inicial, hasta la fecha, cuando se está reparando, aunque tardíamente, el martirio económico sufrido. Pero queda pendiente la deuda quizás más relevante que la sociedad tiene para con ellos, que es la de su definitivo reconocimiento histórico. En todo este itinerario de 25 años, ese espacio de expresión indispensable para que nuestra comunidad en forma democrática pudiera contemplar sus perspectivas y transformarlas en políticas generales nunca se abrió, y salvo en realidades circunscriptas, las penurias anímicas, morales y espirituales de nuestros veteranos aún hoy persisten. La victimización fue en este sentido un mecanismo inconsulto y autoritario, y a la fecha ha causado más perjuicios que los que pueden imaginarse.

Respecto a las consecuencias de la victimizacion, bien vale traer aquí parte de un texto que escribiera oportunamente para un grupo de veteranos. En dicha oportunidad sostuve que “Los seres sensibles al dolor y al sufrimiento ajeno no somos en forma alguna indiferentes ni extraños a la opresión. De hecho, suelen conmovernos desde el avasallamiento más leve hasta la opresión más extensa que se conozca. Pero dicha conmoción no puede confundirse nunca con ignorancia o ingenuidad, y menos aún servir de obstáculo para impedir contemplar integralmente una realidad humana que nos muestra que las relaciones desiguales de poder constituyen un dato incontrastable de la realidad, mantienen una presencia ancestral y cobran una virtualidad histórica”.

Una cuestión es anhelar la igualdad y luchar consecuentemente por ella, y otra muy diferente es creer que la misma pueda ser alcanzada razonablemente aún en el actual estadio de la civilización. Norman Finkelstein sostiene, desde su propia perspectiva, que la victimización es un simple constructo ideológico con intereses muy concretos "retroalimentado por pseudo-intelectuales vendidos, y por ello precisamente encumbrados por el poder" (30). Tal vez, la visión del citado autor sea tan conspirativa como la que presupone la misma estrategia victimizante, pero lo cierto es que teniendo a la vista una dinámica histórica en donde víctimas y victimarios se han intercambiado roles sistemáticamente, la idea de la victimización como un constructo no resulta descabellada.

. Por su parte, el colombiano Eduardo Botero, desde una perspectiva psicológica, nos aporta algunas claves interesantes para intentar el abordaje de un grupo social que fue víctima de una situación opresiva. Botero enuncia tres caracteres (o tal vez movimientos) en la construcción de la victimización: "la conceptualización del trauma, la defensa demagógica interesada e irrestricta de las víctimas y, finalmente, una cierta predicación de las virtudes de la memoria" (31). Este "círculo vicioso", según el autor, nos conduce a un "giro" que implica el retorno siempre al mismo punto, esto es, a colocar a quien pretende acompañar o comprometerse con las victimas en la misma ideología que nutre la ocurrencia de las masacres: en nombre de alguna causa, para que el adversario se debilite y jamás lo olvide. Sostiene Botero además que "la defensa demagógica e irrestricta de las víctimas se constituye en el lugar común a todas las ideologías que por distintos motivos se disputan el favor de las masas". Lo que logra la noción de víctima es sustituir otra noción: la de sujeto. "La piedad y la conmiseración no hacen sino desconocer que las víctimas no están pidiendo un favor sino exigiendo que se cumplan ciertos derechos. Conculcando la condición de sujeto, la victimización de los afectados (verdadera segunda masacre perpetrada contra su dignidad) no hace sino colocar la condición de sujeto en el Estado y en sus representantes, gubernamentales o no".

La mirada de Botero nos permite ampliar nuestro fundamento. En tal sentido coincidimos con el autor que la victimización desubjetiviza al sujeto, y en cierto sentido, puede constituir en sí misma una herramienta de opresión. Compártanse o no las perspectivas expuestas, lo cierto es que la estrategia victimizante que tantos réditos ha aportado y aporta a numerosas organizaciones, no mantiene una convicción univoca, y menos aún constituye una herramienta indiscutible para mejorar las condiciones de la víctima.

La victimización de los veteranos no solamente aparece en el discurso mediático y académico. En todo el transcurso de la posguerra han aparecido numerosas obras artísticas que recogen la impronta victimizante. Películas como “Los Chicos de la Guerra” e “Iluminados por el fuego” son presentadas como obras cumbres del cine histórico-testimonial, y ambas contienen en el núcleo de su argumento la victimización de los veteranos.

Para finalizar quiero destacar que consecuencias producidas por el mecanismo de la victimización no se circunscriben a los veteranos de guerra, se extienden a la sociedad misma. Tal como lo sostuvimos en numerosas oportunidades, la historia y sus protagonistas adquieren una dimensión funcional en las comunidades, y que tal como lo han enseñado nuestros maestros, el menoscabo sistemático de lo propias potencialidades es el mejor instrumento para sostener una situación opresiva.

Es por lo expuesto precedentemente que, como ya hemos dicho, reducir a nuestros combatientes al papel de pobres víctimas y someterlos al suplicio permanente es un mecanismo que en vez de incorporarlos al panteón de una historia que esta necesitando referentes, los coloca en la cripta del olvido. Pero lo que es más grave, menoscaba a nuestra Nación toda, ya que una comunidad que no rescata la labor de sus héroes, mal puede transitar con dignidad los senderos de su propio futuro.

Las Malvinas no se olvidan
II

Malvinas, ontología y elites

“Las crisis argentinas son primero ontológicas, después éticas, políticas, epistemológicas, y recién por último, económicas”.

(Fermín Chávez)

En el apartado anterior sostuvimos que la desmalvinización constituye un dispositivo que comprende aquel conjunto de acciones impulsadas desde el poder militar, político, económico y simbólico durante todo el período de posguerra, tendientes marginar de nuestra memoria colectiva el conflicto bélico acontecido en 1982. Dicho dispositivo, orientado inicialmente a impedir que las Fuerzas Armadas apelaran a esta causa con el fin de justificar nuevas intentonas golpistas, tuvo como objetivo principal y excluyente desactivar toda forma posible de reclamación de nuestros derechos.

Enunciamos además en tal apartado algunas de las razones por las cuales, desde nuestra corriente de pensamiento, se considera dicho dispositivo ineficaz y contrario a los intereses generales del país.

Bien vale entonces, para reforzar los argumentos allí vertidos, citar textualmente las expresiones de Jorge Alberto Gómez: “Concluida la batalla de 1982, visitó la Argentina el politólogo francés Alain Rouquié y profetizó: Hay que desmalvinizar en la Argentina. Y toda nuestra intelligentzia se hizo eco. Medios, editoriales, intelectuales, parecieron competir por superarse en el arrojo desmalvinizador. El premio a la obsecuencia consistía en el reingreso al mundo civilizado y occidental, y a insertarnos en el sistema de la globalización que venía a terminar con nuestros males. El Ministro de Relaciones Exteriores de aquel entonces, Dante Caputo, no sólo prologó uno de los best sellers sobre militarismo y política de Alain Rouquié, sino que repitió la fórmula mágica: Hay que desmalvinizar en la Argentina. El presidente Raúl Alfonsín pasó de las palabras a los hechos, y quitó por decreto el 2 de abril del conjunto de fechas patrias. Sólo aquellos pensadores defensores de las cuestiones nacionales, populares y sociales opusieron la genuina alternativa a la receta impuesta por el enemigo: Malvinizar. Pero no fue suficiente el empeño y la voluntad de esos patriotas ante la avasallante campaña colonialista de desmalvinizar. Desmalvinizar fue y es sentirnos inferiores, humillados, desarmados espiritualmente. Es volver a creernos incapaces de protagonizar grandes causas nacionales. Es no creernos capaces de resolver los problemas argentinos con nuestra propia capacidad material e intelectual. Desmalvinizar es repetir, como propia, la versión del enemigo sobre Malvinas. Desmalvinizar es aceptar y repetir que fue Argentina la que inició una ‘aventura bélica’, es decir, ‘la invasión y la guerra’, olvidando que el origen del problema se inició en 1833 cuando la piratería inglesa invadió nuestras islas y desconociendo el interés geopolítico actual de Gran Bretaña y Estados Unidos de crear una fortaleza militar en el Atlántico Sur. Nos hicieron creer ‘agresores’ del conflicto de 1982, cuando en realidad tuvimos casi 150 años de paciente reclamo declamatorio ante la permanente burla diplomática de Inglaterra y sus aliados. Diarios, revistas, publicaciones de todo tipo, libros de estudio, historiadores e intelectuales hablan de ‘la invasión argentina a Malvinas el 2 de abril de 1982’, cuando el más mínimo sentido común indica que es imposible invadir algo propio, algo que nos pertenece; sólo puede ser recuperado, si alguien antes lo arrebató, lo invadió por la fuerza (como hizo Gran Bretaña con nuestras Malvinas en 1833). Realmente podría escribirse un libro con la cantidad de zonceras malvineras que el enemigo logró instalar en las mentes argentinas gracias a la colonización pedagógica” (32).

El dispositivo desmalvinizador presenta numerosas aristas, entre ellas, aquella que refiere a la relación existente entre la estrategia adoptada respecto al conflicto y una elite que la concibió y la ejecutó. Es por ello que en esta breve sección analizaremos la vinculación existente entre ciertos mecanismos conceptuales que aparecen como constantes en nuestras elites y el fenómeno en cuestión.

Macri es un claro referente de las elites argentinas que impulsan
la desmalvinización
Ontología y elites

Para encabezar este capítulo recurrimos ex profeso a una cita de Fermín Chávez, donde nuestro maestro advierte que una parte sustancial de las disyuntivas argentinas encuentra su origen en razones ontológicas. La ontología es la parte de la metafísica que estudia las cuestiones relativas al ser, es decir, aquello que es, existe o puede existir. Chávez, mediante la referencia al dilema ontológico, insinúa que gran parte de los trances que ocurren en nuestro país tienen origen fundamentalmente en una suerte de indefinición respecto a cuestiones esenciales que hacen a la propia identidad. De esta forma, el problema ontológico nos vincula irremediablemente al fenómeno identitario colectivo, respecto al cual suelen plantearse serias y enérgicas discrepancias.

Para el pensamiento nacional, la cuestión de la identidad colectiva es vital, y por tanto, se constituye en su propio objeto. Para quienes adherimos a sus formulaciones, cada nación posee una forma identitaria específica que debe desarrollar y potenciar.

En oportunidad de publicar un ensayo referido a la cuestión (33), consignamos que el vocablo identidad suele utilizarse para designar la relación existente entre dos o más realidades o conceptos que, siendo diferentes en ciertos aspectos, se asemejan en otros. Pero a la vez sostuvimos que suele echarse mano a dicho concepto, para referirse a las propias cualidades que indican un "ser específico" o "modo de ser". La identidad de cada ser humano se va configurando a partir de un proceso de individuación-socialización en el que aspectos psicofisiológicos, socioculturales e históricos se codeterminan entre sí, y en un contexto ecológico y de interacciones de los componentes significativos del mundo único del individuo, como por ejemplo la familia. Proclamamos además que en tanto proceso histórico, la identidad nunca es "integralmente definida ni definitiva" (34), es decir, va mutando con el devenir del tiempo a la vez que se consolida en sus aspectos distintivos.

Aquel trabajo se centraba fundamentalmente en el interrogante respecto de si ciertos elementos de este proceso identitario que se desarrollan a nivel individual, eran extrapolables al campo de lo colectivo y, de ser así, cuál era la vinculación entre ello y la construcción de la nacionalidad. Descartando de plano todas aquellas tesis que vinculan la constitución de la nacionalidad a cierta homogeneidad en los rasgos étnico-raciales (biológicos), compartimos la opinión que sostiene que aspectos significativos del proceso identitario encuentran su correlato en la conformación de entes colectivos, y como consecuencia de ello, que no existe nacionalidad sin identidad.

La nacionalidad, en este orden de ideas, es un proceso de construcción en el que se encuentran involucrados conjuntos de seres humanos diversos que participan de un proceso identitario común, a partir de distintas expresiones de sentido de afinidad. El pasado compartido, los valores, la lengua, las costumbres, los códigos de conducta, la memoria de lo ocurrido y vivido son, entre otras, partes constitutivas de la identidad, que es igualmente "aquello que mantiene la memoria, el recuerdo, el pasado (35)”, las etapas transcurridas, la edad actual y “las expectativas y perspectivas del futuro" (36).

Suele afirmarse además "que los individuos que son capaces de tener una clara identidad de sí mismos, tienden a tener una visión clara de sí mismos" (37) y además que "aquellos que tienen una alta ambivalencia sobre su identidad tienden a tener más dificultades". La identidad de cada individuo se encuentra vinculada a un sentirse vivo y activo, a ser uno mismo; en definitiva, a una "tensión viva y confiada de sustentar lo que me es propio, como manifiesto de una unidad de identidad personal y cultural” (38). Tales razonamientos nos llevan también a inferir que ciertos principios aplicables al fenómeno de la estima colectiva son transferibles al ámbito de lo comunitario.

La identidad de un pueblo, es decir, su modo de ser específico, se va conformando en el tiempo a partir de una serie de fenómenos intuitivos, productivos, expresivos, históricos, etc., que se producen cotidianamente en su seno. Dichos fenómenos son abordados desde diversas perspectivas por las elites (que son parte integrante de ese pueblo) cuya función primordial es la de generar y formular, a partir de un proceso de interpretación, instrumentos idóneos no sólo para contribuir a consolidar y preservar aquellos elementos que adquieren una significación relevante y un potencial específico, sino también para coadyuvar a revertir aquellos que generan o pueden generar consecuencias disvaliosas para el colectivo.

Vale aclarar que cuando nos referimos al término elite, lo hacemos a fin de señalar un status social vinculado al rol de dirección o conducción de los diversos componentes de la sociedad, y no con relación a un modo de legitimidad de minorías que se ha definido históricamente como elitismo. Hacemos referencia entonces, al decir de Ernesto Palacio, a una dirigencia representativa en términos de legitimidad social que “ha de encarnar la tradición cultural de la colectividad”, e incluimos en este concepto a la dirigencia industrial, militar, cultural, política, académica, sindical, artística, etc.

En el capítulo anterior hicimos referencia además a la tendencia remisiva que caracteriza a una parte sustancial de nuestra intelligentzia. A tales fines, citamos opiniones de Jauretche, Chávez y Methol Ferré, quienes desde sus perspectivas coinciden en que dicha tendencia ha generado serios déficits en nuestro proceso de autoconocimiento. Esta tendencia, que según Chávez se encuentra relacionada con ciertos acontecimientos políticos acaecidos en el Siglo XIX, no sólo ha impedido que nuestras elites se concentraran lo suficientemente en la cuestión de la identidad colectiva, y por tanto, no existan grandes desarrollos teóricos al respecto, sino que en numerosas oportunidades se implementaran dispositivos como el desmalvinizador, nítidamente contrarios a nuestros intereses. Cabe señalar además que la tendencia remisiva no es propiedad exclusiva de nuestro universo académico. Muy por el contrario, como lo han demostrado lúcidos pensadores, se encuentra presente en todos los ámbitos de nuestra dirigencia.

La tendencia remisiva a la que hicimos referencia fue además señalada por José María Rosa, uno de los malditos de nuestra historia, quién sintetizó con lucidez este fenómeno afirmando que los sectores intelectuales así concebidos pergeñaron un futuro del país donde la naturalización “no era la asimilación del capital o de los hombres foráneos al país, sino precisamente la inversa: la identidad del país con los hombres y las riquezas de afuera (...)”. La patria, para ellos, debía atarse al exterior, porque la idiosincrasia engendrada a partir de la mixtura entre lo hispánico -sinónimo de decadencia- y lo originario -sinónimo de la barbarie- no facilitaba el progreso. El nativo entonces, considerado como clase subalterna, debía ser lisa y llanamente sustituido por inmigrantes provenientes de sociedades sujetas a la dinámica capitalista.

La intelligentzia portuaria así engendrada construyó un imaginario nutrido en Europa -particularmente en Londres y París- y amasó un ideal de nación que no admitía la realización de lo existente a partir de sus propias potencialidades. Por el contrario, planteaba la sustitución de lo propio por atrasado y disfuncional. Tal como lo enseñaba Jauretche, tanto el joven Alberdi como Sarmiento querían cambiar al pueblo, no educarlo, sino “liquidar la vieja estirpe criolla y rellenar el gran espacio vacío con sajones”. El proceso descrito precedentemente no sólo determinó la formación de una intelectualidad ideológicamente narcotizada, sino que además estableció una suerte de dicotomía estructural en las formaciones políticas que se disputaron el poder en nuestro país, a partir de la epopeya independentista. Por un lado, partidos, dirigentes y movimientos nacionales, concentrados en erigir una nación a partir de lo existente, de lo propio y de lo vigente, acompañados por el esfuerzo argumental e intelectual de muchos pensadores que fueron condenados al ostracismo. Por el otro, las formaciones escolástico-coloniales, que insistían en sustituir lo propio por lo prominente, en hacer la “Europa en América”, apoyados desde lo intelectual por un constante macaneo académico teñido por el ideologismo, que prefirió y aún prefiere mantenerse en el mundo de las abstracciones, a realizar el esfuerzo patriótico de encontrarse cara a cara con la realidad concreta.

A modo de ejemplo, puede observarse en la producción intelectual y política de destacados componentes de la generación de 1890. En una parte sustancial de aquellas elites, prendieron como reguero de pólvora las tesis que referían a la disfuncionalidad del componente étnico y cultural que poblaba nuestro país (el hispánico por decadente y el mestizo e indio por bárbaro) antes de la gran inmigración, y autores de la talla de Juan Bautista Alberdi (en su primera época) llegaron a recomendar un repoblamiento inducido y selectivo para reemplazar a la población existente en la patria, repoblamiento que no implicaba convivencia sino sustitución, y que además, presuponía una claro desprecio por el emergente nativo. Las "razas aptas" para el desarrollo capitalista debían sustituir a otras consideradas disvaliosas. Con certeza se ha dicho que el proyecto concebido por dicha generación “resalta la idea de que la inmigración es sinónimo de colonización. La pujanza de estos idearios sustentó la política de colonización que prevaleció en las décadas de 1860 y 1870, especialmente en las provincias del Litoral” (39). En sintonía además se ha expresado que “Alberdi, Mitre y Sarmiento, con variedad de matices y consideraciones atinentes al contexto, pensaron al inmigrante en su papel de civilizador forjando un país moderno, como colono agricultor o artesano industrioso” (40).

Debe tenerse en cuenta que la generación del 80 es hija de otra progenie: la de la Independencia, generación que se vio constreñida “a una traumática ruptura con el imperio español, y que mientras por un lado se ve obligada a inventarse un pasado mítico -se conmueven del inca, las tumbas, etc.- por otro intenta implementar instituciones liberales que no está preparada para manejar y en las que cree de la boca para afuera (41)”, e instituciones que además se contraponen diametralmente con fuertes contenidos de índole tradicional.

La generación de Sarmiento y Mitre fracasa en su emprendimiento. No sólo porque no logra seducir totalmente a las "razas aptas" (razas de la Europa nórdica) para incorporarse a la comunidad local, sino además porque intenta erigir una nueva nación mediante la supresión física y simbólica "del otro" criollo, mestizo, paisano o indio que constituían en su mayoría las fuerzas vivas del país. A pesar de su prédica y de su obra, ese otro existente nunca desapareció definitivamente, ya sea por supervivencia física o simbólica. En tal sentido debe tenerse en consideración que el Martín Fierro de José Hernández, menoscabado en su época por la intelligentzia urbana, terminó erigiéndose en Biblia de gauchos y paisanos y, posteriormente, fue revitalizado por la fuerza de una generación de argentinos que empezó a mirar para adentro, buscando una identidad propia (la generación a la que pertenecieron Leopoldo Marechal, Homero Manzi, Raúl Scalabrini Ortiz, Enrique Santos Discépolo, entre otros).

Jauretche, por su parte, en uno de sus estudios (42), se concentra especialmente en las elites industriales. Sostiene don Arturo que el déficit de dichas elites se produce a partir de un “proceso de asimilación de los industriales a las pautas de la clase terrateniente que empieza mucho antes que el conflicto de ésta con el peronismo. Pero entonces la asimilación era directa y los industriales entraban paulatinamente a la composición de la alta clase. No es el proceso masivo que se opera con la capa industrial mucho más moderna que surge como contragolpe de la gran guerra. La captación era individual, pero directa, y de grupos seleccionados dentro de la industria: los más poderosos. Lo que ocurrió después de 1943 se verá más adelante, pero se puede adelantar que por su carácter masivo y por comprender matices económicos y sociales mucho más variados, no se trató de una incorporación a la misma sino de la creación de una falsa imagen de la clase alta -es la que revela el libro de Beatriz Guido-, que promovió la fácil imitación de sus supuestas pautas a nivel mucho más bajo, el de los ‘primos pobres’, pero surtió los mismos efectos para destruir la capacidad modernizadora de la burguesía recién aparecida: este nivel más bajo es la del ‘medio pelo’ ” (43).

Y sigue Jauretche: “Al hablar de la burguesía del principio de siglo he citado a Germani, en cuanto señala que los inmigrantes que la constituyeron fueron indiferentes al reconocimiento de la alta clase, lo que facilitó su caracterización como burguesía. También Imaz opina lo mismo y explica enseguida lo que sucedió después: ‘Tampoco puede decirse que los empresarios hayan rechazado los valores del grupo dominante. Simplemente, no los tenían, o por lo menos no lo tenían los empresarios de la generación originaria inmigrante europea. Pero a medida que ascendían económicamente -y sobre todo a medida que eran reemplazados por la generación de sus hijos-cambiaba la mentalidad del grupo familiar, y en el tránsito cambiaban también las pautas y los valores. Y los hijos de los empresarios sobre todo, a medida que eran admitidos, a medida que se afiliaban y que empleaban los mismos gestos, usos, vocablos y maneras de los sectores dirigentes, que ingresaban a sus clubes y que confluían en los mismos centros de distracción y veraneo, buscaban imitar a la elite en todos los aspectos y guiarse por las mismas pautas valorativas de quienes constituían su gran modelo’. Además, ‘La alta clase los ponía ‘en capilla’, por un tiempo, como al estudiante que está por dar examen; después los aceptaba. Ya hemos destacado su inteligente permeabilidad. Desde ese momento el tipo dejaba de pensar como industrial para pensar como invernador o cabañero que era la nueva actividad que le daba status. (Esta ‘capilla’ no existió para los industriales de origen anglosajón, germánico o escandinavo, y tampoco para los belgas, suizos ni franceses). Esto, como lo señala Imaz, sin decirlo, está vinculado a los supuestos racistas de nuestro liberalismo y que forman parte de las pautas. Así dice este autor: ‘Cualesquiera que fuesen su origen o extracción, mientras no hubiera prueba en contrario, se presumía a estos europeos identificados con los más altos status’. Seguidamente, explica que los industriales de esta procedencia muchas veces se marginaron voluntariamente. Constituyeron una sociedad restringida, ajena a la sociedad global, con sus propias pautas, entre las que estaba también su racismo. No tenían complejo de inferioridad diferente a la alta clase porque tenían el de superioridad, que aquella les había aceptado en los supuestos de su cultura” (44).

Lo expuesto precedentemente no significa que la totalidad de nuestras elites hayan actuado bajo lo impronta de cierta tendencia remisiva y despectiva. Como ejemplo puede citarse la obra de Raúl Scalabrini Ortiz, quien entre otros autores de su generación, observó con nitidez y con claro sentido patriótico la importancia de la cuestión identitaria, pero a la inversa, rescatando el componente étnico-cultural local y nuestra heterogeneidad constituyente, advirtiendo que en la amalgama de los aportes humanos que recibió la patria estaba cifrada la esperanza para la Argentina del futuro. Porque así como "el producto de procreaciones sucesivas de seres idénticos (monógenos) tiende a conformar a seres especializados en que las cualidades no fundamentales se relajan hasta desaparecer" (45), en las sociedades multígenas como la nuestra, "el ser de orígenes plurales tiene brechas abiertas hacia todos los horizontes de la comprensión tolerante" y "en cada dirección de la vida, hay un antecedente que le instruye en una benigna coparticipación de sentimientos. Nada de lo humano le es ajeno" (46). Scalabrini Ortíz es integrante de una progenie que, absolutamente consciente de la necesidad de potenciar nuestros rasgos identitarios, “se plantean las preguntas habituales en tales encrucijadas: ¿Cómo nos insertaremos en el mundo? ¿Cuáles son nuestras señas de identidad nacional? ¿Cómo debería organizarse nuestro sistema político?” (47).

Puede sostenerse efectivamente como regla general que el desarrollo de la identidad colectiva no fue asumido por una parte sustancial de nuestras elites, y por tanto, un profundo déficit de autoconocimiento impidió e impide aún su estabilización, trasladándose tal fenómeno inclusive al campo de lo política. Dicho déficit se manifiesta entre otras cuestiones, como enseñaba Jauretche, en una profunda desconexión entre sustrato y elites que ha generado un profundo quebranto en materia social: la falta de desarrollo integral de un sentido común colectivo. El sentido común colectivo es la resultante entre la intuición y la racionalidad que permite optar según el propio interés. Jauretche le asignaba a este fenómeno una importancia sustancial, ya que sostenía que toda comunidad nacional, como cuerpo colectivo, como sentido de definición y pertenencia, debe obrar con sentido común en la determinación y la prosecución de sus intereses.

Como observamos, el quebranto en nuestras elites las ha llevado por un camino de disociación que se manifiesta sistemáticamente a lo largo de nuestra historia reciente, y además, por un camino descendente en términos de legitimidad. Ernesto Palacio, en su Teoría del Estado, nos enseña que la deslegitimación implica la pérdida o renuncia a los vínculos de la dirigencia con los "influjos de carácter moral e intelectual predominantes en la colectividad, o sea en una tradición cultural encarnada en sucesivas personalidades cuyo pensamiento o acción han dejado su marca en la mente colectiva" (48).

Esta radical incomunicación ha impedido por su parte que nuestras elites sectoriales adquirieran los atributos de organización, apertura y cohesión propios de una clase dirigente. Si bien, como enseña José Luis de Imaz, la movilidad social que distinguió a la Argentina durante varias décadas del siglo pasado permitió la incorporación de referentes provenientes de diversos estratos sociales a rangos superiores de decisión, aún no hemos encontrado la fórmula para instaurar o restaurar la comunicación necesaria entre substrato y dirección para generar una estabilidad social con ciertos rasgos de permanencia. Esta circunstancia ha traído, entre otras consecuencias, que los dos grandes movimientos populares surgidos durante el siglo pasado hayan tendido hacia la taxidermia, convirtiéndose en verdaderas máquinas clientelistas y desnaturalizado su sentido histórico.

Elites y desmalvinización

En el marco de lo analizado precedentemente, el proceso de desmalvinización que fuera tratado en profundidad en el capítulo anterior, aparece como consecuencia necesaria de la conformación psíquica y conceptual de nuestras elites.

Un dispositivo como el desmalvinizador, tan ineficaz para procesar el trauma colectivo de la guerra, tan carente de sentido común, tan poco aferrado en nuestro itinerario histórico y tan contrario a nuestros intereses comunes, pudo prosperar entonces, porque encontró campo fértil en el conjunto de una elite, que por los motivos expuestos y otros que por razones de extensión no pueden ser señalados en el presente, no encarnan la tradición cultural de nuestra colectividad en tanto carecen de un sentido auténticamente nacional. Como enseña Ernesto Palacio, “así como ninguna educación académica, por más completas que se supongan las nociones que imparta, puede crear valores políticos allí donde faltan la vocación y la aptitud natural, así tampoco las ideas falsas y la desvinculación consiguiente de la tradición cultural colectiva pueden impedir la manifestación de los valores políticos reales, cuando éstos existen con fuerza suficiente para sobreponerse a las dificultades del medio” (49).

Afortunadamente, el dispositivo desmalvinizador en términos estratégicos ha fracasado. Aunque a veinticinco años del conflicto bélico, muchos referentes de nuestra intelligentzia siguen repitiendo en los grandes medios innumerables cantinelas, el recuerdo de nuestros héroes y la reivindicación de los derechos soberanos siguen presentes en cada poblado argentino donde se erigió un recordatorio, y además, en el espíritu de un pueblo que, a veces recurriendo al prudente silencio, y otras, a partir de expresiones limitadas, preserva en su intimidad la evocación y la disposición hacia el reclamo de una porción del territorio que nos fue ilegítimamente arrebatado.

Numerosos son los indicios que refieren al fiasco desmalvinizador. Pero sobre todo, debe entenderse, al decir de Palacio, que una elite que no representa los valores culturales de su pueblo mal puede sostener indefinidamente en el tiempo dispositivos como el desmalvinizador, ya que “privados de esa atmósfera de solidaridad espiritual que vincularía su esfuerzo a las aspiraciones de la sociedad en que actúan, y que sólo puede provenir de la comunión en determinados principios -consecuencia a su vez de una educación correspondiente a una determinada tradición de cultura- suelen verse obligados a actuar en forma incompleta y abortiva, dentro de perspectivas que no alcanzan a abarcar en su totalidad, presas de intereses de círculo o de campanario, condenándose así en suma a la mediocridad y a la frustración” (50).

A modo de conclusión

Todo trauma social debe ser procesado y resuelto de la mejor manera posible en pos de un desarrollo futuro. Para ello las sociedades, a partir de sus representaciones legítimas, deben detectar cuáles son los recursos con los que cuenta para transitar ese proceso. El procesamiento del episodio traumático debe contribuir, como experiencia colectiva, a la constitución de una simiente que permita transitar el devenir con la menor cantidad de marcas posibles. El rol de las elites en este proceso es indubitable.

La posguerra de Malvinas estuvo teñida por un dispositivo denominado desmalvinización que, como hemos acreditado, en vez de contribuir con el procesamiento de la convulsión, ha dejado nuevas huellas, y lo que es más grave, ha ocultado con un manto de opacidad, a través de su contradictoria apelación al olvido, procesos y acontecimientos sociales altamente significativos para nuestro país, obstaculizando el tránsito reconstructivo.

La guerra de Malvinas acontecida entre el 2 de abril de 1982 y el 14 de junio de ese mismo año no resulta un acontecimiento circunstancial. Forma parte inalterable de un itinerario histórico que se extiende hacia atrás más de dos siglos. Si las condiciones dictatoriales determinaron que ciertos sectores de nuestra sociedad unieran estructuralmente un proceso despótico con una causa justa, es nuestra obligación separar la paja del trigo. Ello no obsta para manifestar nuestro repudio, tanto a quienes ejercieron una brutal opresión sobre nuestra patria como a quienes teniendo responsabilidades en el conflicto, defeccionaron o traicionaron los anhelos de nuestros valerosos combatientes.

La acción deliberada o carente de sentido común de una parte sustancial de los medios de comunicación locales ha ocultado aspectos relevantes del acontecimiento. Ha convertido la gesta de 1982 en una simple escaramuza donde el mal absoluto fue derrotado por la civilización. Ha condenado a nuestros veteranos primero a la miseria material y posteriormente a la miseria moral. Ha ocultado al pueblo argentino la existencia de actos sublimes y valerosos. Ha creado un serio déficit en nuestro autoconocimiento. Ha exacerbado miserias y defecciones y obliterado proezas y hazañas. Ha ocultado acciones diplomáticas posteriores que dan cuenta de los traumáticos tiempos que vivimos en la década de 1990, pero sobre todas las cosas, ha intentado impedir que los argentinos continuemos persistiendo en una causa justa.

Fracasada la estrategia desmalvinizadora, nuevos desafíos aparecen en el horizonte una argentina que busca denodadamente su grandeza.

(1) Diario “El Progreso” de Chile, 28 de diciembre de 1842. Citado por Roberto Bardini en: “MERCOSUR: El pensamiento único y Domingo Faustino Sarmiento”.

(2) Gustavo F. J. Cirigliano, “Metodología para el proyecto de país”, Editorial Nueva Generación, 2002, pág. 11.

(3) Pablo Hernández y Horacio Chitarroni, “Malvinas: Clave Geopolítica”, Editorial Castañeda,1982.

(4) Para un mayor ahondamiento pueden consultarse, entre otras, las siguientes obras: Julio y Rodolfo Irazusta, “La Argentina y el imperialismo británico. Los eslabones de una cadena”; Julio Irazusta, “Influencia económica británica en el Río de la Plata”, EUDEBA, Buenos Aires, 1963; Carlos Malamud, "Lisandro de la Torre y el debate de las carnes", Anuario IEHS, Nº 7, Universidad Nacional del Centro, Tandil, 1992; José Luis Torres, “La década infame”, Formación, Buenos Aires, 1945; Raúl Scalabrini Ortiz, “Política británica en el Río de la Plata”, Editorial Reconquista, Buenos Aires, 1940; Luis Alén Lascano, “La Argentina ilusionada. 1922-1930”, La Bastilla, 1975; José Luis Busaniche, “Historia Argentina”, Solar-Hachette, 1976; Atilio García Mellid, “Proceso al liberalismo argentino”, Ed. Theoria, 1957; J. J. Hernández Arregui, “La formación de la conciencia nacional. 1930-1960”, 1960; J. J. Hernández Arregui, “Imperialismo y cultura”, Editorial Amerindia, 1957; Julio Irazusta, “Breve historia de la Argentina”, Editorial Independencia, 1981; Julio Irazusta, “Ensayos históricos”, La voz del Plata, 1952; Ernesto Palacio, “Historia de la Argentina. 1515-1943”, Peña-Lillo; J. A. Ramos, “Las masas y las lanzas. 1810-1862”, Editores del Mar Dulce, 1981; José Luis Torres, “Los perduellis”, Editorial Freeland.

(5) La política de bajo perfil ha sido abordada y reconocida en numerosos trabajos historiográficos, inclusive aquéllos que niegan las tesis dependentistas. Respecto a ellos, puede citarse un trabajo publicado por el CEMA donde se consigna que “dentro del período bajo estudio, la primera fase de las relaciones políticas entre la Argentina y Gran Bretaña (1880-1914) se caracterizó por una abierta contraposición entre el relevante nivel de las relaciones económicas anglo-argentinas y el bajo nivel de los vínculos políticos entre Buenos Aires y Londres. Un primer factor explicativo de este contraste fue precisamente el hecho de que las inversiones británicas en la Argentina alcanzaran su punto culminante en la década de 1880 y los vínculos políticos anglo-argentinos trataran de acompañar esa expansión económica, procurando estimularla sin obstaculizar las fuerzas de mercado. Otro factor que indudablemente influyó fue la propia actitud de las autoridades británicas hacia el continente americano, luego de la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), la cual apuntó a una disminución de los compromisos políticos británicos en dicha región. Como sostiene Ferns, aún en las colonias británicas de América del Norte, las autoridades de Londres adoptaron una actitud de bajo perfil político, llamando a dichas colonias a depender de sus propios recursos. De acuerdo con esta política de bajo perfil, se retiraron las tropas británicas de Canadá, y en 1871 el Tratado de Washington sirvió para fijar la política británica de no incurrir en acciones que pudiesen provocar un conflicto serio con el gobierno de Estados Unidos (1). En la Argentina, esta política británica de bajo perfil tuvo su primera prueba en 1880 cuando, en el contexto de la lucha por la sucesión del presidente Nicolás Avellaneda y la compra de armamentos por parte de la milicia bonaerense, la carga del buque británico S.S. Plato fue confiscada por naves de la Armada Argentina. Cuando la noticia llegó a Londres, la actitud del Foreign Office y del embajador británico en Buenos Aires Egerton fue de total prescindencia. En una carta privada a sus superiores, Egerton sostuvo que el envío de tropas contra las autoridades argentinas era un acto ilegal. Ilegal porque el gobierno argentino era una autoridad soberana que mantenía relaciones pacíficas con las autoridades británicas. Admitía que la inestabilidad política, el bloqueo del puerto de Buenos Aires por parte del gobierno nacional, y las depredaciones de la milicia de los gauchos de la campaña de Buenos Aires liderados por un desertor del ejército nacional, el coronel José Inocencio Arias (2), eran factores que perjudicaban a los súbditos británicos. Pero estas pérdidas no justificaban en la óptica de Egerton ninguna intervención del gobierno británico en la Argentina, sosteniendo que el envío de tropas era ilegal y ofendería innecesariamente el orgullo de las autoridades argentinas. En vez de la intervención directa, Egerton adoptó una política de negociaciones para aliviar las penurias de los súbditos británicos en la Argentina. Otro ejemplo cabal de la política de bajo perfil adoptada por las autoridades de Londres fue la actitud de éstas ante el estallido de la ‘crisis Baring’ o crisis de 1890 y sus calamitosos efectos en los inversores británicos”. Las relaciones políticas con Gran Bretaña. La primera fase (1880-1914). Fuente: www.cema.edu.ar

(6) Enric Saperas, “Los efectos cognitivos de la comunicación de masas”. Editorial Ariel. 1987.

(7) Laureano Ralón y Maria Cristina Eseiza, “Arturo Jauretche y Marshall McLuhan: Trazando un paralelismo entre ‘retribalización’ y ‘barbarie’”. Publicado en: www.dialogica.com.ar

(8) Laureano Ralón y Maria Cristina Eseiza, op. cit.

(9) Laureano Ralón y Maria Cristina Eseiza, op. cit.

(10) Arturo Jauretche, textos extractados de: “Opinión Pública y Democracia”, 17/11/1941, Escritos Inéditos, Corregidor, 2002; “Los Profetas del Odio y la Yapa. La colonización pedagógica”. A. Peña Lillo Editor, 1975. Pueden consultarse más textos de Jauretche en: www.elforjista.unlugar.com

(11) Para comprender cabalmente la labor forjista en este sentido, pueden consultarse, entre otras obras: "F.O.R.J.A., una aventura argentina (De Yrigoyen a Perón)” de Miguel Angel Scenna, publicada en dos tomos por Editorial Oriente, 1972, y “F.O.R.J.A. 70 años de Pensamiento Nacional”, de autores varios, editada por la Corporación Buenos Aires Sur, en tres tomos, 2006-2007

(12) Arturo Jauretche, “Filo, Contrafilo y Punta”, Editorial Peña Lillo,1987.

(13) Julio A. Roca (hijo) manifestó que la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico.

(14) Julio Mafud, “Psicología de la Viveza Criolla”, Editorial América Lee, 1965. Citado por Arturo Jauretche en “Manual de Zonceras Argentinas”, Peña Lillo Editor, noviembre de 1968.

(15) Fermín Chávez, “Historicismo e Iluminismo en la cultura Argentina”, Editora del País, 1977, pág. 9.

(16) Revista Humor, Nº 101, marzo de 1983. Reportaje a Alain Rouquié por Osvaldo Soriano

(17) María Cristina Rojas, Sonia Kleiman, Liliana Lamovsky, Mirta Levi y Cielo Rolfo, “La violencia en la familia: discurso de vida, discurso de muerte”, Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 1/2, XIII, Argentina, 1990

(18) Juana Kovalskys, “Trauma social, modernidad e identidades sustraídas: nuevas formas de acción social, Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos. Universidad de Chile. http://www.scielo.cl

(19) Juana Kovalskys, op. cit.

(20) Arturo Jaurteche, “Manual de Zonceras Argentinas”, Arturo Peña Lillo editor, 1ª edición, 1968.

(21) Alberto Methol Ferré, “Geopolítica de la Cuenca del Plata”. A. Peña Lillo editor, Buenos Aires,1973

(22) Francisco José Pestanha, prólogo al libro “Soledad de mis pesares (crónica de un despojo)”, Ed. Corporación Buenos Aires Sur, 2007.

(23) Arturo Jauretche, “Manual de Zonceras Argentinas”, Arturo Peña Lillo editor, 1ª edición, 1968

(24) Guillermo Correa, “La Zoncera”, Librería “La Facultad”, 1927

(25) Samuel P. Huntington, “¿Quiénes somos?”, Editorial Paidós, 2004.

(26) Carta del Coronel (FAF) Pierre Clostermann, héroe francés de la Segunda Guerra Mundial, a los pilotos argentinos. www.fuerzaaerea.mil.ar

(27) Diccionario de la Real Academia Española. Edición 1977.

(28) Alain Badiou, Conferencia ofrecida el 2 de junio de 2004 en el Salón de Actos de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario.

(29) Francisco Pestanha, “¿Existe un Pensamiento Nacional?”, Ediciones Fabro, 2007.

(30) Alizia Stürtze, historiadora, “Victimización: una estrategia de Estado”. http://lahaine.org

(31) Eduardo Botero Toro, “Víctima, memoria, subjetividad y pensamiento”. http://boterotoro.blogsome.com

(32) Jorge Alberto Gómez, “Desmalvinizar, otra zoncera argentina”. www.porsiempremalvinas.com.ar

(33) Francisco Pestanha, “Introducción a un ensayo sobre la identidad nacional”, en “¿Existe un Pensamiento Nacional?”, Ediciones Fabro, 2007.

(34) Jean-Claude Filloux: “La personalidad”, Editorial Universitaria de Buenos Aires,1969.

(35) Citado por Raúl Araki en “Una valoración de la formación de la identidad colectiva de los Nikkei en Perú”. www.janm.org

(36) Raúl Araki, op. cit.

(37) Dra. Carmen Guanipa-Ho, San Diego State, University San Diego, California y Dr. José A. Guanipa, Francisco de Miranda University, Falcón-Venezuela, “Identidad étnica y los adolescentes”. http://edweb.sdsu.edu/people/CGuanipa/cguanipa.html

(38) Carmen Guanipa, op. cit.

(39) Isabel Santi. “Migraciones en la Argentina”. http://alhim.revues.org/sommaire622.html

(40) Isabel Santi, op. cit.

(41) Luis María Bandieri, “El nacionalismo y sus circunstancias”, Diario “La Nueva Provincia”, 5 de junio de 2005. www.lanuevaprovincia.com.ar

(42) Arturo Jauretche, “El medio pelo en la sociedad argentina”, Editorial Corregidor, 1996.

(43) Arturo Jauretche, op. cit.

(44) Arturo Jauretche, op. cit.

(45) Raúl Scalabrini Ortiz, “Yrigoyen y Perón”, Principios para un orden revolucionario, Editorial Plus Ultra, 1972.

(46) Raúl Scalabrini Ortiz, op. cit.

(47) Luis María Bandieri, op. cit.

(48) Ernesto Palacio, “Teoría del Estado”, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1979

(49) Ernesto Palacio, op. cit.


(50) Ernesto Palacio, op. Cit

Artículo extraído de La Gazeta Federal

Francisco José Pestanha
(*) Francisco José Pestanha es docente universitario y ensayista. Es secretario académico de la Comisión Permanente de Homenaje a FORJA y Presidente del Instituto de Estudios Estratégicos Malvinas, Patagonia e Islas del Atlántico Sur. Es coautor de "FORJA, 70 años de Pensamiento Nacional" en tres tomos editado por la Corporación Buenos Aires Sur, y autor entre otras obras de ¿Existe un Pensamiento nacional? de Editorial FABRO.