La indicacion del Comodoro Anson fue aprovechada en tal forma que, en 1748, pocos meses despues de la aparicion de la obra en la cual la formulaba, el Almirantazgo hacia los primeros preparativos para una expedicion especialmente destinada a la exploracion de dichas islas. El embajador español en Londres, que entonces era el irlandes Ricardo Wall, se entero pronto de los preparativos. Era persona gratissima; por otra parte, la adhesion de España al congreso de Aquisgran, clausurado ese mismo año, señalaba con un caracter de cordialidad particular la reanudacion de sus relaciones con Inglaterra. En esta luna de miel tratados de paz, Wall pudo oponerse con energia eficaz a una medida que lesionaba los derechos soberanos de España sobre las regiones mencionadas. En Madrid las mismas razones, aducidas aun cori mas fuerza ante el embajador ingles Keene por el ministro Carvajal, decidieron a Inglaterra a no dar curso al proyecto. Todo eso esta muy nitidamente expuesto en el celebre -aunque anonimo- opusculo de Samuel Johnson, que vio la luz poco despues de una carta de Junius acerca de este mismo asunto de las Malvinas y sobre el cual volveremos oportunamente. Alli quedo el asunto; acontecmientos mucho mas graves atrajeron pronto la atencion de los gobiernos hacia las largas luchas iniciadas en la India y Canada entre Francia e Inglaterra, sin contar la Guerra de los Siete Años que ponia en conflicto a todas las naciones de Europa. No se cita viaje alguno a las Malvinas durante los viente años que siguieron al malogrado proyecto de Anson. Terminadas las guerras en todas partes, por cansancio, al dia siguiente de esta terrible liquidacion de la paz de Paris, en que Francia dejaba casi todo su imperio colonial, un joven heroe en disponibilidad concibio el proyecto de reiniciar valientemente el antiguo programa de descubrimientos australes, creando -en el pequeño archipielago malvino- no tal solo un pequeño puerto de abastecimiento sino una colonia activa y prospera. La tentantiva era prematura; mas no dejamos por eso de rendir homenaje al sentimiento que impulso hacias las soledades antarticas a un antiguo secretario de embajada y edecan de Choiseul, cuando la fortuna y la gloria se le ofrecian en rutas mas brillantes y faciles.
Se trata, recordemoslo, de un oficial frances -que no fue marino sino a los treinta y cuatros años- del mas alto valor intelectual y moral. Hijo de un notario de Paris, rico, elegante, muy mundano, pasa por la carrera diplomatica, que deja por la de las armas; se entrega en los campamentos a las ciencias exactas, hasta publicar, a los veinticinco años, un Tratado de calculo integral y es enviado a Canado como capitan de dragones. Elegido edecan por el marques de Montcalm -lo que ya es un titulo- se distingue en todas partes por la mas brillante conducta, dirige la retirada del ejercito despues de muerto su jefe, y vuelve a su pais una vez perdida su colonia. Ha llegado apenas y ya vuelve a partir para Alemania, en donde se combate; en Gruneberg, bajo Broglie, despliega tal bravura, que el rey lo hace caballero de San Luis y le otorga, en recompensa, dos de los veinte cañones tomados al enemigo. La conclusion de la paz, que entregaba a los demas a la inaccion, a el solo le sugirio la idea de emplear en otra parte su talento y energia. Permuto su diploma de coronel de infanteria por el de capitan de fragata; luego, ya en el umbral de la madurez -como si su glorioso pasado no fuese mas que el preludio y la prenda de un porvenir mas glorioso aun -abrazo la carrera naval, y en algunos años, inscribio su nombre entre los de los mas ilustres navegantes.